No hace mucho nos llegó esta pegunta a través de nuestro canal de YouTube (que esperamos que ya sigas):
Si yo, como escritora, odio a un personaje mío, pero está bien escrito (siendo yo consciente de esto), ¿es mi obligación quererlo para que mis lectores también lo quieran?
La pregunta puede parecer ingenua, pero es muy interesante porque revela ciertos prejuicios que anidan en los escritores y que, si deseas escribir buena literatura, es mejor que erradiques cuanto antes.
Ya hemos hablado de algún otro, como el de que para escribir buenas obras es necesario que disfrutes mientras lo haces. Esos prejuicios forman parte de lo que llamamos la mística del escritor: esa forma de estar en el mundo y concebir la escritura y la literatura a la que parece que todos los autores deban suscribirse, como si de otro modo no estuvieran haciendo las cosas como se debe.
La pregunta de nuestra amiga apunta a dos de estos prejuicios, y hoy queremos reflexionar sobre ellos. ¿Debe un escritor querer a los personajes que crea?, ¿debe un lector querer a los personajes de las obras literarias que lee?
¿Debe un escritor querer a los personajes que crea?
¿Debe un escritor querer a los personajes que crea? La respuesta corta sería un categórico no. Por varios motivos.
Lo que un autor debe buscar es que sus personajes estén bien construidos. Que tengan hondura ética y psicológica y que se enfrenten al conflicto dado de acuerdo a su carácter, sin disonancias. Un personaje debe, sobre todo, guardar la lógica que las coordenadas de la obra dictan, actuar de manera causal de acuerdo a las características que el escritor le ha otorgado. Y esas características tampoco han de ser elegidas al azar, sino de acuerdo a la historia que se quiere desarrollar: su tema, su conflicto, su argumento, etc.
Crear personajes es, por ello, una de las partes más complejas de escribir una novela. A menudo los autores noveles se quedan en lo externo, en lo tópico, y no profundizan lo suficiente. O se entretienen en crear una detallada biografía o en idear detalles irrelevantes, sin comprender que lo que verdaderamente importa de un personaje es su presente: cómo reacciona al conflicto; y, por ende, solo son relevantes aquellas partes de su pasado que se relacionan con quién es él en el presente.
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De manera que un escritor debe preocuparse sobre todo por construir a sus personajes con solvencia, pero nunca de si podrá llegar a quererlos. Un personaje no es un hijo.
Otra cosa es que, precisamente por el intenso trabajo que supone su creación (semejante a una gestación), el autor llegue a desarrollar sentimientos hacia sus personajes. A fin de cuentas el escritor pasa mucho tiempo —meses e incluso años— en compañía de sus creaciones. Ahora bien, esos sentimientos no tienen por qué ser necesariamente positivos (cariño, simpatía…), también pueden ser sentimientos negativos y de cierta aversión.
Pero, hablaremos de ello en otra ocasión, el escritor debe mantener una cierta distancia con respecto a sus creaciones. Debe verlas con ecuanimidad, valorando sobre todo sus cualidades literarias, que son las únicas que verdaderamente importan. No cometas el error de juzgar a tus personajes como lo harías con personas reales, no lo son. Aunque las imiten, aunque hayas buscado darles esa impresión de vida, en realidad solo son (nada menos) un elemento más dentro de una obra de arte. Literatura.
Por otra parte, que tú ames o aborrezcas a tus personajes carece de toda importancia. El sentimiento que tú hayas podido desarrollar respecto a ellos no es algo que vaya a trascender a la obra. El lector no podrá percibir si tú adorabas a tu protagonista o ese personaje secundario te parecía muy gracioso. Tus sentimientos no pueden ser percibidos por el lector de ninguna de las maneras. Exactamente como ocurre con tu disfrute: el lector no percibe si has gozado escribiendo o si has sufrido en busca de la expresión perfecta. Cada alegría y cada pena que experimentas mientras escribes no traspasa las palabras para llegar al lector.
Y, en cualquier caso, ni el disfrute del autor mientras escribía ni sus sentimientos hacia sus personajes son valores literarios que el lector pueda medir y juzgar. Un libro no nos gusta por lo mucho que el escritor disfrutó mientras trabajaba en él, como tampoco lo hace por los sentimientos que llegó a profesar hacia sus personajes. Juzgamos un libro por la historia que nos cuenta, por la calidad de sus personajes, por su estilo, por el goce estético que provoca en nosotros… Es decir, por sus elementos literarios, no por los sentimientos del autor.
Hemos dicho que el que tú ames o aborrezcas a tus personajes no es algo que se vaya a manifestar en la obra, pero puede ser que sí lo haga, y no precisamente para beneficiarla. Cuando el autor llega a desarrollar sentimientos marcados hacia sus personajes corre el riesgo de, sencillamente, estropear la trama.
Si quieres a tus personajes corres el riesgo de idealizarlos y convertirlos en seres sin defectos, restándoles así verosimilitud. Corres el riesgo de ponerles las cosas fáciles, restándole interés al conflicto. Corres el riesgo de tratar de hacérselos a su vez atractivos al lector, cargando para ello las tintas y perjudicando el equilibrio tanto del personaje como de la obra. Otro tanto ocurre si, a la inversa, desarrollas antipatía hacia tu personaje: la obra puede verse afectada.
El mejor sentimiento que un escritor puede albergar hacia sus personajes es, tal vez, enjuiciarlos en cuanto creaciones literarias de manera desapasionada y, si comprueba que el trabajo que ha hecho con ellos es bueno, sentirse satisfecho. Así que cuando sientas que los sentimientos hacia tus personajes te dominan, recuerda no juzgarlos como a personas, sino como a piezas de ese engranaje perfecto que debe ser tu novela.
¿Debe un lector querer a los personajes de las obras literarias que lee?
Ya hemos visto que lo que como escritor sientas hacia tus personajes o mientras escribes la obra importa muy poco. No nos malinterpretes: lo que sientes importa y mucho. Escribir es un trabajo muy exigente y casi con toda seguridad habrá momentos de desánimo, duda e incluso impotencia. Aprender a lidiar con ellos, aprender a gestionar tus sentimientos, es necesario. Pero debes tener siempre muy claro que esos sentimientos tuyos, turbulentos y apasionados, ni se reflejan en la obra (es mejor que no lo hagan, como hemos visto), ni van a ser percibidos y tenidos en cuenta por el lector para valorar de acuerdo a ellos el artefacto literario que tú le entregas.
Pero eso nos lleva a la segunda pregunta: ¿debe un lector querer a los personajes de las obras literarias que lee?
A menudo lo hace. A menudo el lector se encariña con los personajes de una novela o llega a sentir aversión por alguno de ellos. Es lógico, juzgamos a los personajes como si se tratara de personas reales: vemos sus virtudes y sus defectos, vemos cómo actúan o cómo tratan a los demás e, instintivamente, nuestros sentimientos se despiertan.
El escritor, hemos dicho, busca imitar la vida. Y con sus creaciones busca imitar a los seres humanos (incluso aunque escriba sobre elfos, alienígenas o entes del inframundo). Por su parte, la lectura activa en nuestro cerebro las mismas áreas que si experimentáramos en primera persona aquello que leemos. Por eso, cuando un escritor hace bien su trabajo y crea un personaje solvente, es casi imposible que el lector no lo juzgue como lo haría con un ser de carne y hueso.
Pero eso solo sucede en un primer nivel, porque el lector siempre es consciente de que está leyendo. Incluso cuando decimos que una obra nos atrapa o nos absorbe somos plenamente conscientes de que tenemos una página enfrente y de que esa historia que proyectamos en nuestra mente no es real. Es literatura. Nunca dejamos de ver las palabras ante nosotros. Leemos.
Por eso, esos sentimientos que la lectura y los personajes provocan en nosotros se ven refrenados por el juicio que hacemos continuamente de la obra en cuanto artefacto literario. De manera paralela, juzgamos a los personajes como si se tratara de personas reales (y nos caen bien, o los aborrecemos, o nos causan ternura, o nos irritan) y como seres de ficción dentro de una obra literaria, y valoramos si lo que hacen sigue la línea causal, si responden al conflicto de manera lógica, si resultan verosímiles, si su registro es apropiado…
A eso se refería Vladimir Nabokov cuando decía que un buen lector usa su imaginación de «una manera impersonal». Un buen lector nunca se deja absorber del todo por el sentimiento, su juicio permanece claro para evaluar sin cesar los valores literarios que encuentra en la obra. Ahí encuentra gran parte de su disfrute, no únicamente en las emociones que la obra suscita en él.
No es necesario, por tanto, que te preocupes de si el lector querrá o no a los personajes de tu novela, o no únicamente. Esa visión de la literatura que se limita a juzgar a los personajes por los sentimientos que provocan en nosotros resulta un tanto ingenua. Tú decides si prefieres escribir para un lector ingenuo o para un lector que, sin perder de vista esos sentimientos, valore también (quizá sobre todo) tu obra por todas las cosas que tanto te has esforzado por poner en ella.
Piensa en el enorme trabajo de crear la obra desde cero y de ajustar con precisión milimétrica todos sus componentes: personajes, sí, pero también estructura, cronología, contexto y subtexto, dosificación de la información y de la tensión, etc. (todos esos conceptos forman parte del temario del Curso de Novela y se explican en detalle y con ejemplos); piensa en las horas de documentación, piensa en las horas hasta redondear una frase o dar con la palabra exacta… ¿De verdad quieres que el lector valore tu obra solo por los sentimientos que han provocado en él tus personajes? Seguramente no.
Para finalizar y como resumen: lo que tú sientas por tus personajes no importa. En el mejor de los casos no trascenderá a la novela y el lector no podrá percibirlo. En el peor, quizá arruines la trama. En cualquier caso, no es un valor literario.
Tampoco parece determinante lo que los lectores puedan llegar a experimentar por tus personajes. Es seguro que despertarán en ellos emociones, pero no es únicamente por eso por lo que una novela se convierte en una gran obra. Hay muchos otros elementos que los lectores más avezados tendrán en cuenta, y esos son por los que deberías preocuparte y los que deberías cuidar.
¿Te has preocupado alguna vez por no experimentar determinados sentimientos hacia tus personajes, como si eso te convirtiera en un escritor peor?, ¿te has parado a pensar que en realidad esos sentimientos no llegan a reflejarse en la obra? ¿Prefieres escribir para un escritor ingenuo, que solo se fije en el argumento y en lo que suscitan en él los personajes?, ¿o prefieres uno que sepa valorar todo lo que con tanto cuidado y mérito has puesto en tu obra? Charlemos un rato en los comentarios.
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