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Por qué un escritor necesita objetividad para escribir buenas obras

La semana pasada hablábamos acerca de si importa lo que el escritor siente por sus personajes, si es importante que sienta afecto por ellos como único modo de conseguir que el lector también los aprecie.

En general, se tiene la idea distorsionada de que los sentimientos del autor son de gran relevancia a la hora de escribir buenas obras. Parece que es necesario que disfrute escribiendo, que considere a sus personajes como amigos queridos o que escriba «el libro que le gustaría leer». Sin embargo, esos sentimientos no solo no importan, sino que pueden resultar peligrosos.

Las emociones del escritor

Pero este es un tema delicado, así que vayamos poco a poco. Por supuesto tus sentimientos como autor importan en cuanto eres un ser humano. Como tal, te deseamos que tus emociones sean siempre positivas, también en lo profesional, y que, por tanto, escribir sea para ti siempre fuente de gozo. No hay nada mejor que disfrutar de lo que se hace, y eso también incluye nuestro trabajo. Aún más en el caso de un escritor, cuyo trabajo brota de lo más íntimo de su ser.

Pero, como ya hemos dicho, las emociones que experimenta el escritor mientras trabaja en sus textos no se trasladan a la obra, no la empapan de ninguna de las maneras. A juzgar por su correspondencia, Flaubert sufrió horriblemente mientras escribía sus novelas imperecederas, pero el lector no tiene ni un vislumbre de ese sufrimiento cuando las lee.

Las emociones que siente el autor mientras escribe tampoco son un valor literario. Ningún lector o crítico juzgará una obra por lo mucho que disfrutó el escritor mientras la escribía o los sentimientos que desarrolló hacia los personajes. Lectores y crítica valoran otras cosas cuando leen y esas otras cosas serían por tanto las que deberían preocupar al escritor.

Todo esto sirve como preámbulo antes de abordar el tema que nos interesa desarrollar: la objetividad en la que el escritor necesita apoyarse para escribir buenas obras.

Por qué un escritor necesita objetividad

Es cierto que la literatura versa sobre la vida (y la mejor logra traspasarla a sus páginas con gran viveza y riqueza de matices). Es lógico entonces que el escritor se preocupe por volcar en sus obras esa miríada de sentimientos, emociones y reflexiones que la vida provoca en el ser humano. Sin embargo, el error está en creer que él mismo tiene que experimentar esos sentimientos y emociones mientras escribe como única manera de poder reflejarlos en su novela. Eso no es así. De hecho, ni siquiera es necesario que el escritor los haya experimentado alguna vez, como ya dijimos cuando hablamos de lo que significa escribir sobre la propia experiencia.

Por el contrario, el escritor tiene que guardar cierta objetividad, cierta distancia, con respecto al material con el que trabaja. Para hacer bien su trabajo necesita tener cierta visión panorámica, como si observara la historia que quiere contar desde las alturas. Y un exceso de emoción puede empañar esa necesaria distancia.

Truman Capote lo expresaba así:

Recuerdo haber leído que Dickens, mientras escribía, se partía de risa con sus propias bromas y hasta derramó lágrimas sobre la página en que moría uno de sus personajes. Mi propia teoría es que el escritor ha tenido que disfrutar de su ingenio y secado sus lágrimas mucho antes de poder provocar reacciones similares en el lector. En otras palabras, creo que la mayor intensidad del arte en todas sus formas se logra mediante una cabeza deliberadamente fría y firme. Por ejemplo, Un corazón sencillo de Flaubert: es una historia conmovedora, escrita con emoción, pero solo pudo haberla escrito un artista muy consciente de la técnica, es decir, de las necesidades. Estoy seguro de que en algún momento Flaubert debió de sentir la historia muy hondamente, pero no cuando la escribió.

Lo cierto es que la escritura es un arte muy peculiar, que demanda un cierto equilibrio entre lo apolíneo y lo dionisíaco. Un equilibro entre el impulso, lo instintivo y ese arrebato creador que a veces transporta al autor, y cierta serena objetividad que debe mantenerse siempre alerta para asegurarse de que la obra se desarrolla conforme al plan previamente trazado.

El equilibrio entre lo apolíneo y lo dionisíaco

El autor solo puede entregarse a eso que Proust llamaba «momentos privilegiados» si tiene la seguridad de que en algún momento va a recuperar la sobriedad para analizar su trabajo con ojo crítico y sopesar con plena consciencia su técnica y los efectos que con ella ha logrado.

Pensar que el escritor debe hallarse siempre en un estado entusiasta de fervor creativo, enamorado de sus personajes y gozando de cada palabra que escriba es una visión idílica, pero también poco realista, bastante alejada de la experiencia real de la escritura.

A nuestro modo de ver hay ciertos momentos en el proceso de escritura en los que la objetividad y la distancia, lo apolíneo, deben llevar la batuta; mientras que en otros el autor puede entregarse sin freno a lo dionisíaco, a la fuerza vital del ímpetu creador.

La fase de planificación y la de revisión requieren de esa distancia emocional que el escritor debe cultivar en ocasiones respecto de su material. Es desde esa distancia como podrá explorar su idea con objetividad, repasar sus matices y posibilidades y elegir las técnicas y recursos idóneos para exponerla en toda su complejidad.

Mientras que durante la fase de escritura (y las sucesivas fases de reescritura) el escritor puede entregarse a lo dionisíaco. Entregarse al placer de dejarse llevar por la corriente de la historia, de permitir que las palabras y las frases broten en su orden correcto y de embriagarse por la mágica sonoridad de las palabras.

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Al comenzar este artículo, hemos señalado que tener la idea de que se debe escribir en un perpetuo rapto de sentimiento puede ser peligroso. Lo es porque cuando el escritor trabaja así, no suele desarrollar la objetividad y la distancia respecto de su material que tan necesarias hemos dicho que son.

Entonces tiene esas ideas distorsionadas acerca de que para escribir buenas obras es importante que disfrute, o de que para que sus personajes sean buenos debe quererlos. No se detiene a pensar que lo que convierte a una obra en memorable y lo que hace disfrutar a los buenos lectores son aspectos que nada tienen que ver con esos puntos. Y en consecuencia no presta toda la atención que debiera a lo que es verdaderamente importante: ¿está planteado el tema con la hondura que merece?, ¿están los personajes bien desarrollados?, ¿cómo debe trabajarse el conflicto para exponerlo por completo pero con sutileza?…

Solo prestando atención a esas cuestiones es como tu escritura será cada vez mejor y escribirás obras dignas. Los raptos de sentimiento no te hacen mejor escritor, pero la elección cuidadosa y desapasionada (a veces sin duda intuitiva) de recursos y técnicas, sí. No te conformes con tener una visión naíf ni de la literatura ni de tu trabajo como escritor.

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3 COMENTARIOS


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  • Muy buena reflexión. Creo que cuando escribo, si bien hay un momento de preparación y planificación, también está la emoción de trabajarlo. Mas allá del contenido, es el todo lo que lleva a una plenitud de satisfacción. Uno puede sentir mucho afecto por los personajes, etc. Pero no es condicionante para un mal o buen trabajo. Y no describe tampoco las circunstancias emocionales por las que esté atravesando.

  • Me gusta Bach, por el sentimiento de su música, Mozart, por sus melodías, y, sobre todo, Beethoven, por la fuerza que desprenden sus composiciones. Pienso que el mundo de la escritura, es lo mismo: sentimiento, ritmo y, pasión y fuerza. Quizás me ollvido de la técnica.

  • Creo que es objetividad y subjetividad durante la escritura es un falso dilema. Como escritor, uno es lo que es: una indisoluble mezcla de ambas, por eso en su estado puro, ninguna de ellas existe. Lo importante en este supuesto es mantener las emociones bajo control para que no altere el sentido buscado y punto. Siguiendo el ejemplo de Capote, Dickens no es menos que Flaubert y viceversa.

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