Si quieres escribir una novela es seguro que ya tienes una idea, una idea que ha adoptado la forma de un argumento y algunos personajes. En un primer momento idea, argumento y personajes son tan solo un esbozo, representaciones todavía poco definidas, imágenes difuminadas a las que vas dando vueltas y que van tomando forma, completándose y redondeándose poco a poco.
Aunque a menudo esa fase del trabajo de escritura queda en sombras, es una parte relevante en la concepción de una novela y guarda una gran relación con la calidad final que alcanzará la obra. Por eso hoy queremos reflexionar sobre la importancia de pensar una novela.
Intuición, azar y trabajo blando
Pensar una novela es un proceso netamente intelectual en el que, sin embargo, intervienen también tanto lo intuitivo como lo azaroso.
Se trata de llevar a cabo un trabajo de exploración de esa idea primera que, en algún momento, te ha resultado interesante. Has tenido un atisbo de la historia, quizá del personaje, y ambos han empezado a crecer y a desarrollarse, juntos, de la mano. Personaje e historia se retroalimentan, cuanto más se sabe de uno, más clara se ve la otra y viceversa. Pero una novela es mucho más que argumento y personaje, por eso, como veremos, debes ampliar el foco y pensar igualmente en el resto de los componentes de la obra.
Sin duda, en ese trabajo de exploración de la idea interviene a menudo lo intuitivo: hay entrevisiones, como diría Cortázar, fogonazos que iluminan la oscuridad, ideas nítidas que surgen del magma candente que es la imaginación del escritor. También el azar tiene su parte en este proceso: un suceso fortuito, una conversación escuchada al pasar, un encuentro casual, una imagen cualquiera pueden hacer aflorar una idea útil, dar forma a una pieza que más tarde se ensamblará en el cuerpo general de la obra.
Ahora bien, para escribir una buena novela no se puede confiar únicamente en la intuición y el azar (como a menudo se cree). Las buenas novelas no son fruto de la casualidad ni de una inspiración sobrenatural. Pensar una novela es un trabajo sobre todo intelectual y, como tal, conviene hacerlo de un modo consciente que nos permita tomar decisiones inteligentes y hacer descartes acertados. Por eso el trabajo blando es una parte importante del proceso de pensar una novela.
Pensar una novela
Es un proceso activo, en el que el escritor debe poner en juego todo lo que sabe sobre cómo funciona el texto literario, cómo se integran y relacionan entre sí sus diversas partes y los diferentes recursos y técnicas que tiene a su disposición para armar de la manera más persuasiva su obra.
Podríamos decir que pensar la novela es una fase anterior a la fase de planificación, pero muy ligada a ella. Son muchos los autores que rumian y le dan vueltas a su novela antes de sentir que la conocen del modo completo en que necesitan hacerlo para poder volcarla en palabras.
Durante ese periodo de reflexión también van planteándose posibilidades narrativas, valorando opciones estilísticas, sondeando las facetas del conflicto, acotando el tema… El escritor explora y reflexiona, pero, como es lógico, esa reflexión presupone tener ciertos conocimientos sobre los recursos técnicos y estructurales que lo llevarán a determinar una concepción general de la obra.
La realidad es que si no conoces cómo opera el texto literario y no dominas las herramientas del oficio, no puedes pensar bien la obra, con el grado de solvencia necesario para escribir una buena novela. Imaginemos querer construir una casa sin saber lo que es una ventana. Un constructor que no sepa que existe un elemento que permite crear vanos en los muros exteriores que facilitan la entrada de la luz y el aire edificará una casa sin dicho elemento. Y lo hará por mero desconocimiento: si no sabe lo que son las ventanas, no puede incluirlas en su plano.
Pero si alguien quisiera habitar esa casa se sorprendería de la falta de un elemento tan fundamental en la construcción. ¿Dónde están las ventanas? Como constructor, como escritor no debes olvidar nunca que el receptor de la obra (literaria) tiene ya un conocimiento previo acerca de lo que es una novela y espera que la tuya se adapte en cierta medida a la experiencia que le brinda ese conocimiento.
Por supuesto, una casa sin ventanas puede ser una opción constructiva interesante. Una novedad llamativa que sorprenda y fascine al receptor. Sin embargo, es muy distinto que la decisión de no poner ventanas sea una decisión meditada, fruto de un buen conocimiento de las opciones constructivas, a que sea fruto de la simple ignorancia. Cuando es consecuencia de lo segundo, el receptor encontrará otros fallos: muros torcidos, suelos desnivelados, fontanería deficiente… Porque es raro que alguien que no sabe edificar casas falle únicamente en el uso de uno solo de sus elementos constructivos.
Pensar implica conocer
El ejemplo de la casa sin ventanas puede parecer extremo, pero sirve muy bien para ilustrar nuestra idea porque lo mismo sucede con la concepción de una novela. Si no sabes qué es la tensión narrativa ni cómo construirla, ¿cómo la incorporarás a tu novela? Será entonces un elemento cuya presencia sea fortuita, cuando no resulte que está mal empleado. Si no conoces los diversos recursos y técnicas para jugar con el tiempo, quizá te limites a contar la historia de una manera lineal, desaprovechando las posibilidades de crear matices y efectos interesantes que dichas técnicas proporcionan a quien las conoce y sabe usarlas.
Es lógico que los escritores noveles, que tienen un menor conocimiento sobre el oficio, empleen poco tiempo en pensar su novela: no comprenden todavía la importancia de este trabajo. A medida que los conocimientos y la experiencia aumentan pensar una novela puede llevar más y más tiempo.
No está de más decir que la experiencia que como escritor tienes de la literatura es determinante a la hora de pensar una novela. Probablemente a nadie, por pocos conocimientos que tenga de construcción, se le ocurriría edificar una casa sin ventanas. Simplemente porque ha visto casas, ha vivido en ellas, y sabe que las casas tienen ventanas. No solo lo sabe, sino que comprende su utilidad: las ventanas aseguran luz y ventilación.
Lo mismo sucede con la literatura. El escritor es también lector y tiene la experiencia de las novelas que ha leído: sabe que hay una historia, personajes a los que les suceden cosas, puede apreciar la distribución en capítulos de la narración… Y todo eso es conocimiento que se lleva a su obra. Si es un lector habitual verá además que hay diferentes maneras de plantear una historia, que los personajes pueden ser de muy distinta índole o que una novela no siempre se divide en capítulos.
En resumen, el escritor nunca se enfrenta a la creación de una novela desde la completa ignorancia, sus lecturas (cuantas más, mejor) le brindan un conocimiento de las convenciones literarias, pero a menudo ese conocimiento puede no ser suficiente, sobre todo si no es un lector voraz y omnívoro.
Pero incluso aunque el escritor sea un lector asiduo, en ocasiones no ha sistematizado el conocimiento que sus lecturas le han brindado. Por eso viene bien volver conscientes y organizar esos saberes, para poder aplicarlos de un modo no tanto intuitivo como racional.
Si te interesa esa sistematización y conocer en detalle todos los elementos que construyen la base de una buena novela, no te pierdas la próxima edición del Curso de Novela.
En él estudiaremos el conflicto, el desarrollo de los personajes, el manejo del lenguaje, cómo darle solidez a la estructura… y veremos también cómo aplicar de manera inteligente los recursos que te ayudarán a persuadir al lector, como la dosificación de la información o los recursos para trabajar la tensión narrativa. Así podrás hacer un trabajo efectivo cuando pienses tus novelas, porque sabrás cómo seleccionar y disponer cada elemento.
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Me encantó escuchar eso de que cada vez se piensa y organiza más, por eso tardas mucho en comenzar a escribir. La novela que ahora escribo me ha llevado más de 10 años de intentos, y un año entero de re planificación. Llevo un buen trozo, sin embargo sé que como va NO VA A QUEDAR! Y eso es lo que más me anima a escribir todos los días: la transformación que sufre el texto y cuánto me transforma a mí.
Saludos y mil gracias.
Apuntas una idea muy interesante, Hilda: cómo el proceso de escribir transforma al escritor, que tiene cada vez que resolver las dificultades que le presenta la obra. A ver si escribimos un artículo sobre el tema 🤔.
Un abrazo.
A mi me ocurrió una cosa curiosísima precisamente en este proceso previo, y es que, en mi primera novela, este primer «pensamiento» donde dejar las cosas claras, no duró más de un día y medio. Y sin embargo, en la segunda, me llevó hasta 5 meses tener finalmente todo claro en mi cerebro antes de comenzar a plasmar el guion siquiera.
Sin duda, Jesús, cada obra exige sus propios tiempos: para pensarla, para planificarla, para escribirla y revisarla… Lo que vale para una, no vale para la obra. Aunque, como es natural, la experiencia que va sacando el escritor, lo que aprende sobre su proceso creativo en cada caso, le va dando herramientas para afrontar las complejidades de cada caso.
Un abrazo.