La paciencia de gestar una novela

Hace unos meses hablamos de la importancia de pensar una novela.

Pensar una novela es llevar a cabo un trabajo de exploración de esa idea primera que, en algún momento, nos ha resultado interesante. Se tiene un atisbo de la historia, quizá del personaje, y ambos empiezan a crecer y a desarrollarse, juntos, de la mano. Personaje e historia se retroalimentan, cuanto más se sabe de uno, más clara se ve la otra y viceversa.

Pero una novela es mucho más que argumento y personaje, por eso se hace necesario ampliar el foco y pensar igualmente en el resto de los componentes de la obra.

Si quieres leer el artículo completo sobre pensar una novela puedes hacerlo siguiendo este enlace.

Para que una novela sea el organismo vivo y trascendente que es, ese laberinto intrincado de palabras que nos atrapa y del que salimos siempre, como lectores, transformados, el escritor pone en marcha una serie de mecanismos que incluyen pero van mucho más allá de los personajes y la historia que estos encarnan.

Por eso, gestar una novela es un proceso delicado, complejo, que puede extenderse durante largos periodos de tiempo, llegando a durar incluso años. Hoy queremos reflexionar sobre ese periodo de gestación y resaltar su importancia.

La paciencia de gestar una novela

Acabamos de decir que gestar una novela es un proceso sutil que puede durar mucho tiempo. Un escritor inteligente sabrá darse ese tiempo, dárselo a su historia, y dejar que sus ideas maduren poco a poco. También por esto se dice que escribir es una larga paciencia. No se trata solo del tiempo que implica planificar, del tiempo que implica escribir y del tiempo que implica revisar y reescribir. En esta delicada fase de gestar, el escritor también debe darse el tiempo que necesite, sin prisas ni premuras.

En una entrevista concedida a The Paris Review, Gabriel García Márquez explicaba:

Estoy convencido de que hay un estado de ánimo especial en el que escribir resulta muy sencillo y todo fluye. […] Ese momento y ese estado de ánimo parecen llegar cuando has encontrado el tema idóneo y la forma idónea de tratarlo.

Reflexionemos sobre estas palabras. García Márquez nos viene a decir que hay un momento a partir del cual la escritura brotar con facilidad. Ese momento es aquel en que el escritor conoce bien la novela que va a escribir. Cuando tiene clara su idea, el trabajo fluye. Es un estado de gracia, en él puede darse eso que Proust llamaba «momentos privilegiados» y otros llaman, simplemente, inspiración.

Pero es difícil que ese estado de gracia creador se dé si el escritor no conoce bien la historia que quiere contar y cómo va a hacerlo, si no ha explorado largamente su idea. Porque entonces los momentos privilegiados se verán interrumpidos por la necesidad de resolver los problemas que la trama presenta y en los que el autor no había caído.

Fijémonos también en que García Márquez habla de que «ese momento y ese estado de ánimo parecen llegar cuando has encontrado el tema idóneo y la forma idónea de tratarlo». El premio Nobel no habla de historia, personajes o argumento, habla de tema y forma. Elementos en los que a menudo los escritores con menos experiencia ni piensan.

Sin embargo, tema y forma son cruciales a la hora de escribir. El tema nos va a decir mucho sobre las implicaciones de la historia que lo expresa, sobre los personajes que lo simbolizan, sobre el conflicto que lo representa… Y también sobre la forma que la novela puede adoptar para acoger ese tema: qué hay de su estructura, qué del tiempo del relato, qué de su inicio y de su final, qué de su tono…

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Arruinarlo todo con algo prematuro

Gabriel García Márquez estuvo cinco años sin escribir entre la publicación de su novela La mala hierba y la siguiente, Cien años de soledad, la que quizá es su obra cumbre y sin duda es uno de los hitos de la literatura universal. En su entrevista el escritor cuenta:

«Tenía una idea sobre lo que siempre había querido hacer, pero faltaba algo y no estaba seguro de lo que era, hasta que un día descubrí el tono apropiado, con el que finalmente escribí Cien años de soledad.

Pensémoslo, cinco años rumiando una idea hasta dar finalmente con la clave: el tono. En realidad, más de cinco años, pues García Márquez habla de «lo que siempre había querido hacer». Si Gabriel García Márquez se hubiera precipitado, si hubiera acortado su periodo de búsqueda, Cien años de soledad no sería la novela que casi seis décadas después sigue maravillando a sus lectores. Pero aguardó, aguardó mientras daba con algo que a un escritor menos cuidadoso quizá no le hubiera importado, el tono.

También Lawrence Durrell estuvo quince años rumiando El cuarteto de Alejandría. Lo cuenta así:

P.: Ha dicho que estuvo quince años esperando el Cuarteto, y que de pronto supo que había llegado la hora de ponerse a escribir. ¿Puede explicarlo un poco más?

R.: Bueno, era simplemente una especie de premonición de que un día iba a poder hincarle el diente a algo especial. Pero tenía que ser paciente y esperar a que tomara forma y no atraparlo en la etapa inicial, antes de que hubiera fraguado adecuadamente, y arruinarlo todo con algo prematuro. Ello explica por qué estuve deambulando por el Foreign Service durante tanto tiempo, manteniendo la máquina en funcionamiento, escribiendo otro tipo de cosas, pero esperando pacientemente hasta que de repente sentí que, ¡zas!, había llegado el momento.

Entrevista a Lawrence Durrell en The Paris Review

En ocasiones, la escritura es una búsqueda constante y pacienzuda, que no debe ser hostigada por las prisas ni por la impaciencia. Lawrence Durrell lo expresa con claridad: «tenía que ser paciente y esperar a que tomara forma y no atraparlo en la etapa inicial, antes de que hubiera fraguado adecuadamente, y arruinarlo todo con algo prematuro».

Muchos escritores fracasan en sus intentos porque no tienen la paciencia necesaria o no se dan el tiempo preciso. No dejan que la idea fragüe, no esperan a que aparezca ese elemento (puede ser el tono, pero puede ser otra cosa) que marcará la diferencia entre una novela del montón y una gran novela, perdurable y genial.

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  • Estoy de acuerdo con ambos escritores, incluso el silencio ayuda harto a escribir: hay silencios profundamente constructivos si eres creador. A mí me ocurrió que hice un borrador rápido de «eventos», y me he decepcionado de esa «técnica», a mí lo impreciso me deja arenas movedizas. Volví a construir y encontré un mundo que antes, por atender qué pasaba en la novela, ahora veía cargado de conexión y sentido.
    Lo único que una novela jamás puede perder es el sentido y las conexiones.
    Muy buen artículo!🌟

  • Planteo una hipótesis alternativa: igual esas novelas precipitadas son un entrenamiento necesario para dejar de ser escritores noveles, y poder escribir más adelante algo con el tono y la forma adecuada.

    Hacerse un «García-Márquez» y estar cinco años sin escribir dándole vueltas a algo cuando aún no tenemos oficio es un alto riesgo de no empezar nunca.

    El ejemplo de Durrel me parece más valioso: ir escribiendo otras cosas mientras que tenemos la gran obra en la recámara. Esas escrituras previas nos permiten aprender e incluso explorar ideas que podremos descartar o profundizar.

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