Con frecuencia se usa la imagen del escritor en su torre de marfil. En ella se le presenta como el creador alejado del mundo, recluido en un espacio y un tiempo propios en los que puede dar rienda suelta a su búsqueda creativa e intelectual.
El escritor, se dice, necesita estar solo para gestar su obra, alejarse de distracciones e incluso de influencias que puedan alterar o adulterar su idea. Pero ¿es esto cierto?, ¿debe el escritor aislarse en su torre de marfil?, ¿o por el contrario debe sumergirse en el bullicio de la vida cotidiana? Vamos a repasar algunas ideas al respecto para, como siempre, invitarte a reflexionar sobre el tema hasta llegar a la conclusión que resulte más feliz para ti.
Fuera de la torre
En principio, parece claro que el escritor necesita respirar el aire vivificante que corre fuera de la torre. Si la buena literatura busca representar la vida y la experiencia humana, es obvio que el escritor necesita conocer ambas para poder plasmarlas en sus obras.
Elias Canetti dijo que hay tres exigencias que todo verdadero escritor debe cumplir: la entrega a su tiempo, una sed de universalidad capaz de sintetizar su época y, finalmente, la capacidad de estar a la vez en contra.
Si el escritor necesita entregarse a su tiempo y sintetizar su época y, al tiempo, estar en contra, parece evidente que necesita conocer bien ambos, tiempo y época. Y ese conocimiento debería venir en gran medida de la experiencia directa, del contacto con la gente y con sus vidas. Ya sabemos, por ejemplo, que muchos autores crean sus personajes basándose, al menos en parte, en personas de su entorno.
Sin embargo, y de acuerdo con el novelista Henry James, las experiencias en las que se basa un escritor para crear sus obras van más allá de aquello que este pueda vivir de primera mano; su imaginación y su inteligencia se alimentan también de lecturas, conjeturas, impresiones, ideas, hechos, sueños, conocimientos, fantasías, datos…
Cuando Balzac escribió La comedia humana, vivía encerrado en una habitación secreta de París para burlar a sus acreedores. Eso no le impidió escribir su ambiciosa serie novelística, en la que atrapó las costumbres y el pulso de la vida de la sociedad de su época. El caso de Balzac parece indicar que el escritor puede permanecer aislado y aun así crear, porque la clave está en el proceso de alquimia por el cual su experiencia del mundo se transforma en literatura.
La necesidad de la torre
Para llevar a cabo ese delicado proceso de alquimia es para lo que el escritor necesita su torre de marfil. Porque precisa quietud para procesar esas experiencias —entendidas en un sentido amplio, no necesariamente restringido a lo vivido en primera persona— y convertirlas en arte, en literatura.
Quizá hoy más que nunca necesita el escritor de su ebúrnea torre, porque vivimos en una sociedad que nos somete a una sobreestimulación continua. En un contexto en el que el ruido de fuera puede resultar ensordecedor, el escritor necesita silencio.
Entrevistado en The Paris Review, Saul Bellow decía:
Me pregunto si alguna vez habrá la tranquilidad suficiente en la vida moderna para que el Wordsworth de nuestros días rememore algo. Me da la sensación de que el arte está relacionado con la obtención de la quietud en mitad del caos, una quietud que también caracteriza a la plegaria, y al ojo del huracán. Creo que el arte está relacionado con el acto de fijar la atención en medio de las distracciones.
Fijar la atención en medio de las distracciones. Si, como apunta Bellow, esa es una de las condiciones para que el arte surja, el escritor necesita hoy más que nunca favorecer esa capacidad, pues las distracciones de nuestro tiempo son infinitas y ubicuas y es necesario hacer un esfuerzo voluntario y sostenido para aislarse de ellas.
Quizá por ello también Leila Slimani, una escritora joven, aboga por la torre de marfil:
La reclusión es para mí la condición necesaria para que aparezca la vida. Al apartarme de los ruidos cotidianos, al protegerme de ellos, parece que surgiera por fin otro mundo posible.
El otro mundo posible que surge cuando se acalla el ruido cotidiano es el de la literatura, el mundo que el escritor crea tan solo con palabras: lugares, personas y hechos que no existen y que, sin embargo, tendrán vida. El autor obrará la magia de insuflársela. Es en ese silencio, en esa quietud, donde se puede desarrollar una escritura consciente. Una escritura que permanece atenta a sí misma y que es la única que permite tanto crear buenas obras como crecer como escritor.
Como hemos dicho, escribir consiste, después de todo, en capturar la vida. Pequeños fragmentos de la existencia quedan atrapados en las historias que el escritor cuenta y entre las palabras que elige para hacerlo.
Pero para que esos fragmentos de vida maduren, desarrollen todo su sabor y puedan plasmarse en una obra genuina es necesario que el escritor los tenga en la cabeza, observándolos y reflexionando sobre ellos, con la calma suficiente y durante el tiempo necesario. Tiene que disponer de sosiego para hacer suyos el tema, los personajes, las ideas que expresará en el texto. Esa calma y ese sosiego solo pueden surgir de un cierto aislamiento, de la posibilidad de encerrarse, al menos por temporadas, en su torre de marfil.
Una torre con ascensor
Sin embargo, el aislamiento del escritor nunca debería ser extremo. En La muerte en Venecia, Thomas Mann escribe:
La soledad hace madurar lo original, lo audaz, lo inquietantemente bello, el poema. Pero también engendra lo erróneo, desproporcionado, absurdo e ilícito.
En ocasiones, el aislamiento del escritor no es sino un medio de expresar su desdén a la sociedad en la que vive y contra la que a veces escribe, una forma de rebeldía. El artista se ha revuelto a menudo contra las convenciones de su época; recordemos que una de las características del escritor es, según Canetti, la capacidad de estar en contra de su tiempo. Encaramarse a la torre de marfil se convierte entonces en una estrategia de oposición, una forma de rechazar el convencionalismo y mostrar el propio disentimiento.
Pero si la rebeldía y el disentimiento son actitudes que concuerdan muy bien con el ejercicio de la escritura, un excesivo solipsismo puede llevar a una obra hermética, impenetrable para el lector. Una obra en la que no pueda reconocerse a sí mismo en cuanto ser humano, una obra que trate temas ajenos a los que nos preocupan como individuos y como sociedades. Una obra fruto de un excesivo aislamiento, de estar al margen de las corrientes de la vida.
De modo que si el escritor necesita construirse una torre de marfil metafórica, un tiempo y un espacio en los que pueda aislarse del ruido cotidiano, de los mil estímulos distractores, para así, en el silencio, centrarse en su obra; también es cierto que debe asegurarse de que su torre tenga un ascensor que le permita bajar de sus alturas con rapidez para regresar a ese plano en el que viven sus lectores, en el que late el pulso genuino de la vida.
Y tú, ¿sientes que la sobreestimulación habitual hace que tu creatividad se resienta o que, simplemente, dispongas de menos tiempo o concentración para practicar una escritura consciente? ¿Te retiras de vez en cuanto a tu torre de marfil?, ¿y cuándo sientes de nuevo la necesidad de contacto para recargar los acuíferos de tu experiencia y tu imaginación?
Te invitamos a reflexionar sobre estas cuestiones y dar con las respuestas que son válidas para ti. Y, si quieres, a compartirlas en los comentarios.
Qué difícil! Mi primera novela la escribí en las peores circunstancias de mi vida, las peores. Nadie hubiera escrito nada entre una guerra silenciosa. Después escribí en condiciones mínimas y con ruido por todos los costados al libro que ahora quiero publicar, aquí los escritores molestamos porque los vecinos quieren oír música a todo timbal casi siempre. Es lo mismo que vivo ahora. No creo necesario una urna de cristal pero sí un poco de mesura, medir la soledad necesaria, dejar bullas tóxicas, no creo que sean creativas, y buscar los mejores apuntes callejeros, son de los que más uso ahora para mi novela. Ni acá ni allá.
En lo personal hay momentos que necesito de mi torre, pero suele salir más la espontaneidad del momento creativo. Me he despertado a media noche, en un bus, un avión, en mi trabajo. Suelo dejarme llevar por esos momentos, pues pareciese que es más genuino que cuando busco la paz y que lleguen las ideas. Mi torre me sirve para salir, encerrarme y encontrar tranquilidad pero no necesariamente para hallar la idea más genial.
Mi torre a veces es de concreto y específica y otras es un espacio mental de silencio y de conexión.
Amo mi torre de concreto, pues está en el bosque o cerca del mar, pero la idea genial, llega cuando menos la busco.