Leyendo La locura del arte (Lumen, 2014), de Henry James, topamos con una frase que nos dio que pensar. Esta es:
Por supuesto, como todo novelista sabe, hay dificultades inspiradoras, solo que para alcanzar la perfección del encanto, la dificultad debe ser inherente y original, y no una dificultad «contagiada» por las malas compañías.
Henry James, La locura del arte
La locura del arte recoge los prefacios que Henry James escribió para sus novelas y cuentos con motivo de la publicación de sus obras completas, junto con algunos otros ensayos. En ellos, el escritor repasa la concepción de sus novelas, los problemas que encontró para escribirlas y los errores y aciertos que aprecia en ellas. En resumen, James reflexiona sobre el arte de escribir y sus dificultades y goces inherentes.
Nos ha parecido que la idea de las «dificultades inspiradoras» y de aquellas otras que por el contrario no lo son puede dar mucho que pensar a alguien que también se haga preguntas sobre cómo se escribe una obra literaria. Allá van nuestras ideas al respecto.
Escribir es difícil
Si Henry James habla de dificultades es porque escribir es difícil. Esto es algo que repetimos muy a menudo. Seguramente no te descubrimos nada al hacerlo, pues tú mismo, enfrentándote a los escollos de pergeñar y parir tus textos, seas ya consciente de ello.
Pero lo cierto es que escribir es difícil y el escritor debe enfrentarse a numerosas dificultades desde el momento en que decide escribir una obra hasta aquel otro feliz en que considera que puede darla por concluida.
Explorar la idea, identificar tema y conflicto, vislumbrar a los personajes, articular la estructura, decidir el narrador, componer con tiento cada frase, revisar con atención y criterio, reescribir unas partes y eliminar otras… Cada una de estas labores, y tantas otras que forman el proceso de escritura, presentan sus complejidades y retan una y otra vez al escritor, obligándolo a reflexionar, a sopesar opciones, a tomar decisiones y resolver problemas.
Pero un escritor del innegable talento de Henry James distinguía entre aquellas dificultades que resultan inspiradoras, a las que calificaba de inherentes y originales, y otro tipo de dificultades. ¿Cuál puede ser ese otro tipo de dificultades que no logran conducir al autor y al texto hacia «la perfección del encanto»?
Dificultades técnicas
A nuestro juicio, esas otras dificultades a las que aludía James se relacionan, en primer lugar, con un desconocimiento del autor de las herramientas de su oficio.
Cuando no se tienen los necesarios conocimientos sobre los elementos que integran el texto literario, sobre cómo estos se relacionan entre sí y sobre las muy diversas maneras en que pueden disponerse para conseguir lanzar sobre el lector lo que el propio James definía como «el hechizo de la literatura», sin duda el escritor se va a ver en dificultades.
Si es un lector versado, resolverá esas dificultades de manera diríamos que intuitiva y seguramente con acierto. Pero si el escritor no dispone de un buen bagaje de lecturas es posible que esas dificultades puedan con él. El origen de muchos bloqueos radica, precisamente, en que el autor se ha topado con una dificultad técnica que no sabe cómo resolver. A menudo el escritor ni siquiera es consciente de esa dificultad, solo sabe que la obra ha quedado encallada y no es capaz de continuar adelante.
Otras veces el escritor resuelve la dificultad al albur, de manera expeditiva, continuando adelante sin pensárselo mucho. Pero eso da lugar en muchas ocasiones a fallos y lagunas, a errores que estropearán la obra impidiendo el deleite del lector; dando, en palabras del propio James, «a las manchas el valor de presencias» y a los objetos «un aire de grandeza que quizá no puedan tener».
Los errores de una obra literaria son siempre fruto de dificultades que el escritor no supo resolver, o de las que incluso ni siquiera fue consciente.
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Falta de una poética propia
Las dificultades con las que se topa el escritor cuando trabaja en su obra también pueden deberse a la ausencia de una poética propia.
Todo escritor debería, desde sus comienzos, ir desarrollando una poética, un modo personal de hacer y de entender la literatura que empape sus textos y recorra el conjunto de su obra.
Pero a menudo el escritor, sobre todo cuando da sus primeros pasos, no se detiene a pensar en qué tipo de obras quiere escribir y por qué quiere hacerlo, en cuál es su visión personal del mundo, de la vida, del ser humano y en cómo convertirla en obras excelentes, en qué temas le interesan y cómo podría desarrollarlos de manera inteligente y persuasiva, en qué mensaje quiere trasladarles a los que serán sus lectores, etc.
Siendo así, las dificultades del escritor se derivan también de tener una idea estereotipada de lo que la escritura y la literatura son (de ahí surge en gran medida la mística del escritor), y de tratar de que su obra encaje en esas ideas.
Si acostumbra a leer blogs, libros o asistir a talleres de los que se quedan en la superficie de lo literario o atienden solo a los recursos y tics propios de la literatura comercial, puede creer que para escribir una buena obra basta con primar la acción o con acudir a recursos como los giros argumentales, los cliffhangers y todas esas herramientas tan recomendadas para «enganchar al lector».
Entonces tratará de adaptar sus obras a esos moldes, de usar esas técnicas, vendidas una y otra vez como infalibles, y eso le puede poner en dificultades si su tema o su argumento son de aquellos que saldrían más beneficiados con otras maneras de narrar. Tratar de desarrollar tu idea mediante una colección de consejos estereotipados puede ponerte en aprietos muchas veces y plantearte dificultades de difícil solución.
Dificultades inspiradoras
Los dos tipos de dificultades de los que hemos hablado, las derivadas de no tener una buena base de conocimientos sobre narrativa y quizá pocas lecturas; y las derivadas de no reflexionar sobre tu proceso creativo y tu idea de la literatura hasta desarrollar una poética propia son dificultades con las que suelen bregar los escritores principiantes.
A medida que se avanza por la senda de la escritura, que se asciende por la escalera que conduce al culmen de nuestras posibilidades, esas dificultades van quedando atrás. A poco que el escritor ponga un poco de interés en su trabajo, un poco de pasión bien encauzada, irá adquiriendo los conocimientos y destrezas técnicas que le llevarán a pergeñar sus textos de una manera cada vez más interesante y sugestiva. No es que las dificultades de orden técnico queden atrás, sino que se dispone de los conocimientos para resolverlas.
Y al acumular conocimiento y práctica, a medida que su obra crece y el artista madura, también va desarrollando su poética, las leyes y normas por las que se rige como escritor. Sabe qué cosas «le sientan bien» a sus temas, personajes y conflictos y cuales otras no encajan para nada con sus modos de hacer.
Pero eso no significa que las dificultades de dar a luz una obra literaria disminuyan. Paradójicamente, cuanto más sabe sobre escritura y más se preocupa por la calidad de su obra, más difícil se vuelve la escritura para un autor. Pero justamente en vencer esa dificultad radica gran parte del gozo de escribir.
Como apunta Henry James, las dificultades pueden ser también inspiradoras. Ante un aspecto de la obra cuya resolución presenta cierta complejidad el autor se crece. Echa mano de todos sus conocimientos, de toda su experiencia, reflexiona, medita, rumia posibles soluciones… Y cuando da con la mejor manera de resolver el problema, la que se ajusta a la perfección a esa obra concreta, su satisfacción siempre es enorme.
Esas dificultades son «inherentes y originales». Lo son porque se desprenden de la propia obra, de sus características intrínsecas (argumento, estructura, conflicto, personajes, etc.) y no de las carencias del autor. Llegado a cierto punto de su desarrollo, un escritor no se encuentra dos veces con la misma dificultad; porque las dificultades ya no tienen su origen en una falta de conocimientos o en la existencia de ideas preconcebidas sobre la literatura y «lo que le gusta al lector», las dificultades nacen ahora de la propia obra, de su «idiosincrasia», y como no hay dos obras iguales, no pueden surgir iguales dificultades.
El reto que proponen estas dificultades inspiradoras es mayor, el escritor sabe que no hay fórmulas ni plantillas que pueda aplicar. Tiene que recurrir a lo que sabe, a su experiencia escribiendo otros textos, a los libros que ha leído; tiene que recurrir a su imaginación y pensar muy bien en la obra que quiere escribir y cómo quiere hacerlo, qué cosas son aceptables en su marco y cuáles no; tiene que seguir su criterio y no violentar su forma de entender la literatura y el arte. Las dificultades se vuelven inspiradoras porque estimulan al escritor a poner en juego todo cuanto es para vencerlas y, al hacerlo, crece como autor y engrandece su obra.
Si tú también quieres crecer como escritor, te esperamos en el Curso de Escritura Creativa que comienza el próximo lunes. También nos gustará conocer tu opinión sobre las dificultades, las inspiradoras y todas las demás. ¿A cuáles te enfrentas tú?, ¿cómo las resuelves? Cuéntanoslo en los comentarios.
Esta idea me hace mucho sentido en mi caso: «Las dificultades se vuelven inspiradoras porque estimulan al escritor a poner en juego todo cuanto es para vencerlas y, al hacerlo, crece como autor y engrandece su obra». Gracias por expresarla tan bien.