Ciencia y arte suelen estar separados. A menudo se los considera casi como el agua y el aceite, elementos que jamás podrán unirse; a pesar de que hay evidentes muestras de que no es así. Muchas veces arte y ciencia han entrelazado sus manos y los resultados son siempre sorprendentes, hermosos e instructivos (no hay más que ver los dibujos de células y neuronas de Santiago Ramón y Cajal).
A pesar de ese divorcio aparente entre lo artístico y lo científico, y la insistencia en señalar que los cerebros de un científico y un artista no funcionan del mismo modo, lo cierto es que todos los logros del ser humano, científicos, técnicos o artísticos, han surgido del mismo tipo de cerebro: un cerebro humano que, con sus recursos e ingenio, es capaz de construir un puente, escribir una obra maestra, diseñar un cohete espacial, construir una catedral, comprender cómo funciona el sistema circulatorio de los seres vivos o tallar una escultura.
Aunque tal vez no lo hayas pensado nunca, el proceso que lleva desde la idea al resultado (sea el motor de combustión interna o Crimen y castigo) no difiere tanto. Y tener eso en cuenta puede ayudarte a afrontar la creación de un modo más constructivo, que te facilite el proceso.
Vaya por delante que nosotros tampoco habíamos pensado nunca en esta posibilidad. Lo hicimos por primera vez gracias a Neo, alumno de la pasada edición del Curso de Escritura Creativa, que en una de las sesiones grupales abordó el tema. Junto al resto de los participantes, estuvimos reflexionando sobre el tema y llegamos a la conclusión de que abordar la escritura con cierta perspectiva científica puede resultar muy fructífero. Te lo contamos.
Crea como un artista, corrige como un científico
«Crea como un artista, corrige como un científico». Esa es la frase que Neo lanzó para que nos preguntáramos hasta qué punto esa parte «científica», más analítica y distante, debe inmiscuirse en el proceso de creación, o en qué partes debería activarse.
Y aunque esa frase merece una matización (a saber: que el científico también debe estar presente en la fase de creación, no solo en la de corrección), incluye un concepto muy interesante: el del científico que interviene en la creación del texto literario.
Sí, mezclar la mentalidad científica en temas artísticos puede parecer algo muy singular, pero tiene mucho sentido y puede resultar muy beneficioso a la hora de escribir.
Por lo general, no pensamos en la figura de un científico cuando hablamos de revisar un texto para mejorarlo. Pensamos en la figura de un crítico. El escritor tiene un crítico interno (un crítico literario) que es quien valora el conjunto del texto y las partes que lo forman, lo compara con modelos preexistentes, encuentra errores y señala fallos. Después se lo indica todo al autor y este debe ponerse a trabajar de nuevo para pensar y decidir cómo va a resolver los puntos oscuros que su crítico interno ha detectado.
Ahora bien, todos somos conscientes de las connotaciones negativas que tiene la palabra «crítico». Imaginamos a ese crítico (aunque sea un desdoblamiento de nuestra personalidad creadora) como alguien severo, rígido, que continuamente compara nuestro trabajo con textos mucho mejores y, de forma despiadada, nos insta no ya a mejorar la obra, sino a enviarla a la papelera porque ese es el sitio que le corresponde.
Pero ¿y si despidiéramos al crítico y lo sustituyéramos por un científico? ¿Podría eso beneficiar nuestro modo de hacer o, al menos, cambiar el talante con el que nos enfrentamos a nuestros errores? Pensamos que sí.
Como hemos dicho, la idea de «crítica» tienen connotaciones negativas. Para que la crítica tenga un cariz positivo debemos añadirle la coletilla «constructiva». Eso parece indicar que consideramos que la mayoría de las críticas son destructivas. Someter nuestra obra a la mirada de un crítico (aunque sea nuestro crítico interno) es algo que genera cierta ansiedad. Por eso tratamos de acotar el momento en el que hace su aparición: primero crea, déjate llevar por la historia; solo después deja entrar al crítico. Si lo pensamos, la frase de Neo tiene algo de eso: «Crea como un artista, corrige como un científico». Es decir, reserva un tiempo en el que el agrio de tu crítico no esté mirando por encima de tu hombro, poniéndote nervioso y coartando tu creatividad y el impulso con el que la historia brota de ti.
Pero, a nuestro juicio, el crítico debe estar presente a lo largo de todo el proceso creativo. Para dejarlo formar parte del proceso, pero ahorrarnos la angustia de su presencia, te proponemos que despidas al crítico y contrates un científico.
Despide al crítico y contrata un científico
La crítica, decíamos, está asociada a sensaciones negativas. La crítica duele. Porque la crítica, pensamos, tiene mucho de personal, se basa en un juicio propio. Aunque en el fondo no sea realmente así, tendemos a considerar que la crítica se basa en gustos e impresiones personales y no la consideramos universal ni neutra.
Pero con la ciencia no ocurre lo mismo. La ciencia es neutra, desapasionada, se basa en leyes verificables, es empírica. De modo que, en lugar de afrontar todo el proceso de creación con talante crítico, puede ser mucho mejor hacerlo con talante científico.
Se trataría de abordar la escritura como un trabajo científico. Espera, no dejes que el artista que llevas dentro se enerve ante esta idea, sigue leyendo.
Como en un trabajo científico, puedes establecer un método de trabajo ordenado que te asegure, en lo posible, un buen resultado final. Ya te hemos propuesto en otra ocasión un método de escritura que te puede funcionar, porque se basa en la lógica de la creación.
Después, se trata de conocer cuáles son los mecanismos de la ficción y cómo se usan. Así, durante la fase de planificación, puedes decidir qué recursos y técnicas usarás para lograr según qué objetivos.
Y, después, en la fase de escritura, el científico puede valorar si estás usando esos recursos de manera acertada o idear nuevas posibilidades si te enfrentas con problemas que requieran ser solucionados; de igual modo que cuando se realiza un experimento se van anotando desviaciones respecto al plan inicial que se resuelven sobre la marcha gracias al conocimiento y la experiencia que tienen los científicos al cargo.
De nuevo durante la fase de revisión y reescritura el científico verificará si todo ha salido de acuerdo con lo esperado o si es necesario hacer ajustes y mejoras que enriquezcan el resultado final.
Obviamente, que tu científico interno pueda hacer bien su trabajo de control depende de que tenga los conocimientos necesarios para poder armar el plan y llevarlo a cabo. Es decir, que conozca los elementos que componen un texto literario y las diferentes herramientas que se pueden emplear en su confección.
Estamos convencidos de que te encantará este curso que tiene un completo temario, propuestas de escritura para que pongas en práctica lo aprendido que tu profesora corregirá y comentará contigo de manera personal y privada y sesiones grupales para resolver dudas y conversar sobre creación literaria.
Entonces, ¿el científico debe estar siempre presente?
Esperamos que te guste la idea de sustituir al crítico feroz con un cuidadoso científico. Pero quizá te estés haciendo la misma pregunta que surgió durante la conversación con los alumnos del Curso de Escritura Creativa: ¿debe estar el científico siempre presente?
Nuestra respuesta es sí, sin duda. El científico siempre debería estar activo, a lo largo de todo el proceso de escritura: mientras planificas, cuando escribes y, después, mientras revisas y reescribes.
Sabemos lo que estás pensando: que la presencia vigilante del científico puede coartar el flujo de la creación. Tal vez pienses que el científico podría interrumpir la espontaneidad con la que la idea fluye y se va convirtiendo en palabras, casi de una manera mágica. La frialdad del científico podría apagar el fuego apasionado de la creación.
Esa idea de la creación como un impulso casi inconsciente es atractiva, pero no es exacta. En realidad, la creación es un trabajo intelectual que necesita ser abordado como tal si se desea que dé buenos frutos.
En la escritura, como en cualquier disciplina artística, debe darse siempre un equilibrio, o al menos una alternancia, entre lo dionisíaco y lo apolíneo; entre lo que brota impulsivo desde las profundidades del instinto y el fruto metódico del razonamiento.
El escritor, vestido con una metafórica bata blanca, debe pensar de una manera analítica cuáles son las mejores decisiones para el texto, que en el momento de la creación es una materia maleable en sus manos. De modo que cuando, de una manera espontánea o intuitiva, surge el texto, el escritor/científico lo canaliza, lo ordena para que tenga sentido, para que sea comprensible, literario y hermoso.
Cuéntanos, ¿te animas a jubilar al crítico y dejar entrar al científico?
Holaaa excelente artículo, estoy de acuerdo,la reescritura debe ser un proceso riguroso,desapasionado.
Buenos días.
Me he decantado por estudiar ciencias, pero eso no quita que me encante la lengua y la literatura.
Soy decoradora (con muchos años de profesión a mis espaldas). Creadora no solo de diseños, también de historias.
Cuando estudiaba literatura, siempre me llamó la atención en la biografía de los escritores, la cantidad de ellos que habían estudiado medicina. Y ahí tenemos estos maravillosos ejemplos: Pío Baroja, Gregorio Marañón, Ramón y Cajal, Chekhov, Arthur Conan Doyle…
Escribo de corrido, con el corazón y ese espíritu creador. Después corrijo, corrijo y vuelvo a corregir.
Como siempre enhorabuena por vuestro artículo. No, la frialdad del científico no apagaría la pasión a la hora de escribir.Sí disciplinarla, poner en orden el batiburrillo que alberga el escritor en su cabeza. Lo científico es orden, disciplina y método para obtener un resultado. Alguna vez, lo usé. Reconozco que todo fue mejor sin atascos y llegué al final de la novela con concierto. Pero últimamente escribo en modo brújula y aunque a veces no las tenga todas conmigo, me sorprende más lo escrito y eso me agrada. Creo que la crítica incomoda y molesta si es ajena.