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Algunas manías de los lectores (que un escritor debe conocer)

Brujuleando hace tiempo por internet encontramos este artículo de Lecturalia en el que se glosan diez manías de las que (casi) ningún lector puede escapar. Es un artículo interesante y divertido y seguramente reconozcas que tienes alguna de esas manías: quizá eres de los que subraya sus ejemplares, compra libros que todavía tardará tiempo en leer (culpables) o empieza a leerlos por el final. Ciertamente todos los lectores tenemos nuestras manías.

Pero la lectura de este artículo suscitó algunas reflexiones y, con el Día del Libro próximo, hemos querido compartirlas. Las manías que se apuntan son en gran parte fruto de la relación «externa» (por decirlo de algún modo) que mantiene el lector con el libro en cuanto objeto. Una relación importante, qué duda cabe, porque como bien se indica en el artículo, el libro es un objeto sagrado; quizá cada vez lo sea menos, pero todavía lo es, diríamos que incluso para los no lectores.

Pero ¿qué hay de la relación «interna» del lector con el libro? La relación íntima que surge, no con el objeto, sino con la obra. Si, como decía André Maurois «La lectura de un libro es un diálogo incesante, en el que el libro habla y el alma contesta», ¿qué hay de ese diálogo?

Ese diálogo se produce al margen de las manías externas: no importa qué tipo de marcapáginas use el lector, o si los usa, no importan cuántos libros aguarden pacientes su turno en una pila o si el lector pasa la noche en vela, incapaz de dar por terminada la lectura.

Hoy queremos pensar en ese diálogo entre la obra y el alma del lector, seguros de que, como escritor, te interesa. Te interesa porque tú también eres lector: cuanto más y mejor leas, mejor será tu obra. Y te interesa porque en ese diálogo está la magia, solo sabiendo qué busca el lector en un libro podrás comprender el mejor modo de hacer tu trabajo.

Un lector hambriento de humanidad

¿Por qué leemos? ¿Qué nos impulsa a tomar un libro y dejar que nos hable?

En su libro La literatura explicada a los asnos, José Ángel Mañas dice:

Convengamos en que el lector es un individuo hambriento de humanidad, y que la lectura agranda el corazón. Por eso, a la pregunta: «¿por qué leer novelas?», yo contestaría que porque las ficciones literarias son uno de los bagajes imaginativos más valiosos que se pueda concebir. Y esa riqueza imaginativa es algo que nos acompaña toda la vida. Y que nos condiciona más de lo que muchas veces creemos.

Un lector, entonces, está sediento de humanidad, quiere abrirse a lo que supone la experiencia de la vida para el ser humano. No necesariamente busca un reflejo de su propia experiencia, tampoco de sus anhelos. Lo que busca es conocer al otro, aunque por el camino aprenda a conocerse a sí mismo.

De nuevo José Ángel Mañas:

Lo característico del lector de novelas es que, a fuerza de estar en tantas cabezas diferentes, de bucear en tantos mundos dispares —porque cada novela es una ventana abierta a un universo singular—, crece, necesariamente, la capacidad de empatía, de identificarse con el otro, y también la de multiplicar los puntos de vista sobre una cuestión a la hora de analizarla, cosas ambas que redundan en una mayor humanidad.

Un lector tiene una curiosidad inmensa y desarrolla una gran capacidad para comprender al ser humano y sus asuntos, puede (y quiere) examinar cualquier cuestión desde diferentes puntos de vista. No tiene una mentalidad acomodaticia, sino que por el contrario es inquisitivo. La verdadera manía del lector (su esencia, al margen de curiosos comportamientos externos) es preguntarse por qué y mirarlo todo con ojos despiertos.

Como escritor, puedes quedarte con la idea de que quizá la peripecia, la acción, no es tanto lo que busca el lector. Argumentos espectaculares y giros impactantes no son tan necesarios. Tal vez por eso los personajes tengan tanta importancia; no el hecho de que puedan resultar simpáticos para el lector, sino que este pueda comprenderlos y extraer una enseñanza útil de su experiencia ficticia o ficcionada.

Tampoco debes perder de vista esa naturaleza inquisitiva del lector. Respeta su inteligencia.

Lectura sosegada

Los libros piden tiempo, dedicación, atención. Tal vez por eso es por lo que la lectura ocupa una parcela cada vez más pequeña en nuestras ajetreadas vidas, donde parece necesario que hagamos muchas cosas, en lugar de menos pero bien hechas.

La lectura es una actividad que pide calma (y que por eso nos calma). Puedes leer en un vagón de metro abarrotado, pero tú estás serenamente inmerso en una historia que, durante un tiempo, te saca de tu propia realidad.

Una manía de los lectores sería, por tanto, crear esos paréntesis en los que pueden sumergirse en otras vidas, en otros mundos, darse tiempo para entender y meditar.

A menudo se habla de esa pulsión por acabar un libro, por llegar al final, por conocer el desenlace. En realidad, los buenos lectores no tienen prisa. Disfrutan y valoran cada página, cada palabra. Saben, como decía Milan Kundera, que «una novela no debe parecerse a una carrera de bicicletas, sino a un banquete con muchos platos»; un banquete en el que el lector degusta con fruición cada uno de ellos, sin prisa por llegar al postre.

De hecho, el lector sabe que nunca se llega al final de un libro. El libro nunca acaba, sigue resonando en el alma del que lo ha leído, sus ideas pasan a formar parte de las del lector o generan otras nuevas que alteran su cosmovisión. Y como apunta Andrés Trapiello:

He comprendido, al fin, que un buen libro no es aquel del que podemos decir que lamentamos haber llegado tan pronto al final, sino, por el contrario, aquel que nunca sabemos si hemos terminado del todo.

El lector tiene la manía de leer despacio. Y tiene la manía de releer.

Como escritor, no te obsesiones con conducir rápidamente al lector hacia el desenlace. No te centres únicamente en aquellos efectos que pueden volver tu novela un page turner, como si fueses un mal anfitrión que tiene prisa por perder de vista a sus invitados. Mejor haz tu trabajo buscando que el lector pueda recrearse en cada palabra, en cada frase y en cada escena y que, en lugar de pasar por las páginas con celeridad, quiera detenerse para saborearlas.

Sentido artístico

La lectura sosegada tiene un por qué. Como hemos visto, un buen lector no se limita a andar rápidamente el camino para llegar cuanto antes al final. Un buen lector recorre lentamente las páginas porque permanece atento a todo lo que el lector ha puesto en ellas para él.

Como decía Nabokov, un lector necesita cierto sentido artístico. Y cuando lo tiene, no corre, sino que «pasea». Pasea por la obra atento a su arquitectura, a sus detalles, a cómo ha dispuesto el autor los elementos que la forman en busca de determinados efectos.

El lector tiene la manía del arte, al menos del arte literario. Aprecia la estructura de las obras en las que se adentra, los juegos del narrador, la construcción de los personajes, la capacidad del autor para crear y recrear un mundo, las ideas que la obra expresa y las palabras con las que todo ello toma forma. Un lector despierto, cuando más lee, mejor lee. No se entrega a la lectura pasivamente, sino que pone en juego cuanto sabe sobre literatura.

Eduardo Mendoza advierte:

El lector actual, después de las vanguardias y aunque él no lo sepa, se ha convertido en un crítico. No es el lector inocente que se entrega por entero al juego de Victor Hugo, sino un estudioso que analiza frase a frase el tejido de cada escena.

Como escritor, tú tienes que saber lo mismo que tu lector. Quizá un poquito más. No consideres que tu lector no te va a juzgar de acuerdo con criterios artísticos y estéticos, porque lo hará.

En general, conocer mejor cómo piensa y lee un buen lector va a ayudarte en la concepción de tus obras. Una novela es como una partida de ajedrez: cada jugador debe prever los movimientos del otro. El lector tratará de anticiparse a lo que el autor le reserva, pero el autor también debe predecir cómo evolucionará el lector a lo largo de la obra.

Si quieres aprender más sobre cómo funciona una obra literaria y sobre cómo se enfrenta a ella el lector. Y además llevarte algunas ideas sobre cómo abordar la crítica literaria para, de ese modo, aprender a juzgar mejor cualquier texto (también los tuyos), no te pierdas el Curso de Lectura Crítica. Hay una única edición al año, pero en esta página puedes unirte sin compromiso a lista de espera y te avisaremos en cuanto se abra el plazo de inscripción.

¿Qué más manías de lector se te ocurren?, ¿cuáles tienes tú?; de aquellas relacionadas con la recepción de la obra antes que con el libro como artefacto. Las debatimos juntos en los comentarios.

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6 COMENTARIOS


Otros artículos:

  • Me ha gustado mucho esta reflexión. Para mí, leer es disfrutar de cada página, de cada frase, es un viaje para recrearse en él. Cuando viajamos no estamos deseando que el viaje acabe, vivimos el momento. Con un libro es lo mismo. No entiendo a la gente que se pone como meta leer 20 libros al mes, ¿por qué? Dudo que disfruten de la lectura. Yo leo dos como mucho y los disfruto al máximo.

  • Hola sinjania!! Me encanta todos vuestros artículos.
    Me gustaría que se hablara del tema del seudónimo a la hora de publicar. Lo bueno y lo malo de ello. Si vosotros lo aconsejáis o no sois partidarios. Si al ponerte seudónimo debes inscribir en la contrasolapa el seudónimo o tu nombre real junto a la información de tu pequeña biografía. En fin tengo muchas dudas y me gustaría que me ayudárais.
    Muchas gracias un saludo cordial.

  • Mi manía si se puede considerar como tal, es que tomo una lectura al despertarme y otra distinta cuando el crepúsculo. No sé, pero me sucede que aún siendo libros distintos, al final encuentro semejanzas entre ambos. ¿Será la magia establecida de leer?

  • Tengo una manía como lectora: cuando leo una palabra, una frase que me impacta, no puedo desprenderme de ella; me persigue aún después de dejar el libro, de soltarlo sobre la mesa. Más que una manía, es una adicción.

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