El origen de la obra literaria

Cómo escritor, seguramente te has planteado en más de una ocasión cuál es el origen de la obra literaria, dónde está el germen no solo de las historias que tú escribes, sino también de las historias de los demás escritores.

Pero cuando hablamos del origen de la obra literaria, del germen de las historias, no nos referimos a una obra o a una historia en concreto. No pretendemos rastrear el origen de una novela o un relato determinados, la manera en que el escritor tiene la chispa de una idea y la alimenta con cuidado hasta dar lugar a una narración. Lo que nos preguntamos es qué hay tras la narrativa en sí. ¿De qué se nutre la literatura, cuál es el seno en que las historias se gestan?

Exploremos ese mundo en sombras.

El escritor

Sin duda, el origen de la obra literaria está en el escritor. Sin escritor no hay historia, porque el autor es una especie de médium que canaliza lo narrativo y convierte una idea en una historia, con su argumento, personajes y estructura específicos, y quien elige las palabras para ponerla por escrito.

Pero lo narrativo se nutre de algo, de una misteriosa esencia. ¿Qué es lo que tiene el escritor que lo convierte en canal de la literatura? En realidad, no se trata de una única cosa. Ya sabes que en Sinjania no nos gusta dar alas a la mística del escritor y no creemos que el escritor haya sido bendecido con un don particular y exclusivo del que carecen el resto de los mortales.

Pero sí es cierto que en el escritor se combinan una serie de elementos que propician el nacimiento de la obra literaria, que alientan en él el deseo de expresar ciertas ideas que se materializarán en forma de narraciones. Algunos de esos elementos son la experiencia, la atención y la observación, la asociación y la memoria.

Como ves, no son elementos extraordinarios. La mayoría de las personas los tienen, en un grado u otro. Pero es la combinación entre ellos lo que da lugar a esa peculiar manera de estar en el mundo que tiene un escritor, a esa mirada personal que se traduce en un deseo de expresión artística que toma la forma de las palabras, de la literatura.

La experiencia

La literatura surge, en primer lugar, de la experiencia.

Es la experiencia del mundo, de la realidad, lo que en primera instancia alienta al autor a escribir. No olvidemos que el arte y la literatura tienen mucho de mímesis: los artistas buscan recrear el mundo en el que viven como manera de explorar lo humano (el gran tema de la literatura).

Pero, como ya dijimos hace tiempo en otro artículo, esa experiencia no tiene que ser una experiencia personal, no tiene que asentarse en circunstancias o acontecimientos vividos por el escritor en carne propia. A menudo lo hacen, pero las historias no siempre nacen de las vivencias del autor.

Por eso, cuando hablamos de experiencia lo hacemos en un sentido amplio que incluye lo vivido, sí, pero también observaciones, reflexiones, lecturas… Como apunta Henry James en su breve ensayo El arte de la ficción:

La experiencia nunca queda delimitada, y nunca se completa del todo; es una inmensa sensibilidad, una suerte de enorme tela de araña, de los más finos hilos de seda, suspendida sobre la cámara de la consciencia y que atrapa cada partícula etérea en su tejido. Es el propio ámbito de la mente, y cuando la mente es imaginativa —mucho más cuando resulta ser la de un hombre de genio— hace suyas las más tenues partículas de vida, convierte las mismas pulsaciones del aire en revelaciones.

Un escritor hace suyas «las más tenues partículas de vida» y esas partículas llegan a él por múltiples y variados caminos: lo que vive, por supuesto, pero también lo que le cuentan, lo que lee, lo que piensa, lo que infiere, lo que imagina…

La atención y la observación

Este concepto amplio de la experiencia nos lleva a los siguientes elementos que es posible encontrar en el origen de la obra literaria, y que vienen en pareja: la atención y la observación.

Todas las personas tenemos nuestra propia experiencia de lo que significa ser humano. Y en todos y cada uno de nosotros esa experiencia no se circunscribe únicamente a lo vivido de primera mano, sino que se completa y amplía con ideas e inferencias que realizamos gracias a las experiencias de otros que nos llegan por múltiples vías. Pero, a pesar de que todos tenemos la experiencia, no todos decidimos (ni siquiera tenemos la necesidad) de articularla por medio de narraciones.

La experiencia no sirve de nada si no se complementa con una cuidadosa observación que, además, presta su atención a aquellos detalles curiosos, chocantes, emocionantes… que son la esencia misma de lo literario. Vladimir Nabokov dijo: «El arte de escribir es una actividad fútil si no supone ante todo el arte de ver el mundo como el sustrato potencial de la ficción».

De manera que se puede decir que el escritor es aquel que ha aguzado su capacidad de atención y observación, que ha cultivado «el arte de ver el mundo como el sustrato potencial de la ficción».

De esa capacidad surge la mirada del escritor (también hemos hablado ya de ella). Esa mirada es única, debe ser fresca y el escritor debe evitar en lo posible que se contamine con clichés e ideas trilladas. El escritor debe buscar su propia manera de mirar fijando su atención más allá de lo obvio o lo evidente.

La asociación

Tenemos la experiencia de lo humano, de la realidad, del mundo. Tamizada por una atención y una observación que contribuyen a crear una mirada única que se fija, precisamente, sobre el sustrato potencial de lo literario. Pero hace falta un elemento que amalgame todos esos ingredientes. Ese elemento es la asociación.

El escritor tiene la capacidad (que debe entrenar) de relacionar unas cosas con otras: experiencias con ideas, ideas con temas, temas con recuerdos, recuerdos con fantasías, fantasías con intuiciones, intuiciones con conceptos… en una rueda de movimiento infinito que va dando a luz a sus creaciones: personajes, escenas, argumentos, temas, etc.

Sin esas conexiones, que pueden parecer fortuitas, pero que son el resultado de todo lo que hemos visto hasta ahora -la experiencia, la observación y la atención-, no existiría la literatura, no existirían esas historias que nos fascinan porque reflejan una visión del mundo que a menudo nos resulta novedosa y original, pero que al tiempo sentimos como evidente. Esa es también nuestra experiencia del mundo, nuestra visión de las cosas, solo que nosotros no hubiéramos sabido expresarlo como lo ha hecho el escritor, condensarlo en esa historia o en ese personaje.

La memoria

Queda un último elemento, pero quizá es el más importante, el fundamental: la memoria.

Siri Hustvedt ha dicho: «La imaginación de un escritor no es impersonal y está necesariamente conectada con su memoria».

La memoria es, por tanto, lo que pone en marcha la imaginación, imaginación que se ha alimentado previamente con todos los elementos mencionados antes y que están en el origen de la obra literaria.

La memoria es la sustancia de la que están tejidos los finos hilos de la tela de araña de la que hablaba Henry James, porque es la memoria la que atrapa y retiene las impresiones, las partículas de vida. Pero, como ya sabemos, no cualquier impresión o partícula, sino aquellas que han sido filtradas por la mirada del escritor y que traslucen su particular forma de estar en el mundo y de comprender este. Solo de lo conservado en la tela de araña de la memoria podrán hacerse asociaciones y uniones que enriquezcan la imagen, que la faceten, que le den complejidad.

Sin memoria para conservar lo vivido, lo escuchado, lo leído, lo aprendido, lo imaginado… no puede darse el trabajo de creación y ordenación del que surge la obra literaria.

Estos son los ingredientes, inmateriales y casi inasibles, tras la ficción literaria. Pero, a la postre, la ficción se objetiva en algo tangible: una novela, un relato, una narración hecha de palabras, encarnada en unos personajes que se enfrentan a un conflicto, estructurada en planteamiento, desarrollo y final… Porque a todos los elementos que hemos enumerado como el origen de la obra literaria se une otro, igual de importante y de índole practica: la estructuración narrativa.

El escritor, además de experiencia, memoria y capacidad de atención, observación y asociación necesita tener los suficientes conocimientos sobre cómo funciona un texto literario para poder ordenar y fijar esas ideas fruto de la experiencia, la observación y la memoria y convertirlas en una obra sólida y persuasiva. Sin esos conocimientos, nada de lo anterior logrará convertirse en verdadera literatura.

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Recuerda, ninguno de estos elementos que se encuentran en el origen de la obra literaria es necesariamente innato, ninguno es un don concedido por las musas. Todos son susceptibles de ser potenciados y trabajados de una manera consciente, y eso es lo que hacen los buenos escritores.

Ahora, apúntanos tus ideas en los comentarios. ¿Se te ocurre alguna otra cualidad que contribuya a que la obra brote?, ¿cómo desarrollas tú las que hemos enumerado aquí?

2 COMENTARIOS

CATEGORÍAS: Escritura Creativa

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  • Puede, que tambien lo ignorado forme parte del germen donde nace y se desarrolla la ceatividad literària.
    Se habla de la experiència, de las capacitades de observación,
    asociación y memoria, y de como la específica y personal forna de estar en la vida, en el mundo generan en quien escribe y expresa producción literària.
    Así pues, considero que lo conocido,en un punto de la historia humana y lo ignorado, en este mismo punto, representan la realidad absoluta, la verdad universal.

    Un gozo vuestra dedicación a la creatividad literària y el mimo con que atendeis a la identidad creadora

    Interesado en vuestra valoración.

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