Cuando pensamos en qué es un escritor y en las disposiciones que alguien que quiera escribir literatura debe tener se nos ocurren muchas cualidades: imaginación, tesón, creatividad, un enamoramiento del lenguaje, pasión… Pero hay más, mucho más. Por eso muchos autores se han dedicado a reflexionar sobre este tema.
En El arte de la ficción, Henry James se ocupa brevemente de este particular. En su ensayo, el escritor asevera: «La única razón para la existencia de una novela es un intento real de representar la vida».
Para James, el escritor se ocupa —como el historiador— de buscar y representar la verdad. «Representar e ilustrar el pasado, las acciones de los hombres, es la tarea de cualquier escritor», dice James. Por supuesto, James no habla de una verdad universal, sino de la verdad del escritor, de lo que para él es cierto. Por eso especifica: «Por supuesto, quiero decir, la verdad que él asume, las premisas que le aceptamos como verdaderas, sean cuales sean».
Como vemos, esta idea guarda una estrecha relación con la mirada del escritor, con ese particular modo de entender el mundo que cada escritor desarrolla y expresa en sus obras. El artista, el escritor, mira el mundo de un modo diferente a como lo hacen el resto de las personas. Su mirada es más profunda, más certera y afilada, es capaz de encontrar relaciones entre temas en apariencia inconexos, de esbozar contrastes y paralelismos, de parir metáforas que nombren la realidad de manera nueva o que, incluso, aludan a una nueva realidad: la que el escritor crea.
Si representar «las acciones de los hombres» es la tarea de cualquier escritor, sin duda su trabajo se parece al del historiador, que hace algo semejante. Debemos obviar, naturalmente, la diferencia evidente de que el historiador trabaja con hechos y personalidades reales, mientras el escritor lo hace —casi siempre— con hechos y personalidades ficticios. Pero James establece todavía una diferencia más (para mayor honor del novelista, apunta): «que el novelista tiene más dificultades en recoger sus pruebas, que están lejos de ser meramente literarias».
El historiador puede ser un mero recolector de datos, en su objetivo de representar las acciones de los hombres. Pero el escritor tiene que hacer mucho más: inventar lo datos, imaginarlos y recrearlos, inferir sus relaciones, idear y comprender la personalidad de sus personajes y extraer de todo ello una verdad que es su verdad, pero también una verdad universal sobre la que arroja luz para el lector, invitándolo a reflexionar sobre ella a su vez y a extraer sus propias conclusiones.
Quizá por todo ello, Henry James remacha:
El hecho de que el escritor tenga tanto en común con el filósofo y con el pintor me parece que le otorga un gran carácter; esta doble analogía es un magnífico patrimonio.
Sin duda estas cualidades del escritor son un patrimonio magnífico, pero adquirirlo requiere compromiso e inteligencia. Repasemos qué tiene en común el escritor con un filósofo y con un pintor.
Filósofo
El escritor, como el filósofo, reflexiona sobre la realidad del mundo y nuestra relación como seres humanos con él. Y, a juicio de muchos, quizá lo haga con más verdad que los propios filósofos.
Así escribe Antonio Tabucchi en Sostiene Pereira:
Y en ese momento a Pereira le vino a la cabeza una frase que le decía siempre su tío, que era un escritor fracasado, y la repitió. Dijo: la filosofía parece ocuparse solo de la verdad, pero quizá no diga más que fantasías, y la literatura parece ocuparse solo de fantasías, pero quizá diga la verdad.
Mientras en El arte de la novela, Milan Kundera sostiene:
En efecto, todos los grandes temas existenciales […] fueron revelados, expuestos, iluminados por cuatro siglos de novela europea. Una tras otra, la novela ha descubierto por sus propios medios, por su propia lógica, los diferentes aspectos de la existencia.
La literatura, la narrativa, respira vida. Expone, casi siempre a través de historias ficticias, los grandes temas que han preocupado a los filósofos desde el origen de la humanidad. Como ellos, los escritores buscan respuesta a las grandes preguntas que atribulan al ser humano. Y exponen esos temas y plantean esas preguntas ciñéndose a una serie de convenciones que, por otra parte, están siempre expuestas a revisión y reforma.
En cualquier caso, el escritor necesita dotes de filósofo. Es preciso que los grandes temas y las grandes preguntas de la humanidad despierten su interés, que le inciten a reflexionar sobre ellos, a observar cómo sus congéneres les hacen frente, como individuos y como sociedades. Que explore, en resumen, todo lo que nos afecta como individuos y como cuerpo social.
Podría decirse que filósofo es aquí un término genérico que engloba otras ciencias, algunas mucho más modernas que la filosofía. El escritor tiene también mucho de psicólogo, sociólogo, politólogo, antropólogo e incluso arqueólogo e historiador. En una palabra, un escritor no es otra cosa que un humanista. El escritor debe tener una mente inquisitiva, inquieta, inquiridora. Su curiosidad es siempre insaciable y nunca deja de interesarse por lo que acontece a su alrededor.
Pintor
Pero, además de con un filósofo, Henry James opina que el escritor tiene mucho en común con un pintor.
Si el intento del escritor es representar la realidad, algo similar pretende el pintor. Uno lo intenta con palabras, el otro con formas y colores, pero el objetivo es el mismo: atrapar una porción de la realidad, con todas sus implicaciones; no solo lo aparente, lo visible, sino también lo que no resulta tan evidente: sensaciones, sentimientos, ideas, connotaciones, inferencias…
Si la tarea del escritor es «representar las acciones de los hombres», no cabe duda de que estas están por todas partes, dispuestas a ser representadas. Vivimos rodeados de seres humanos y de sus acciones. Traducir esas acciones a palabras no es tan difícil, lo complicado es aprender a ver. Para la correcta representación de lo humano es imperativa su correcta observación.
Lo que nos lleva de nuevo a la mirada del escritor.
Vladimir Nabokov decía que el arte de escribir supone ante todo «el arte de ver el mundo como el sustrato potencial de la ficción». Pero el arte de ver el mundo no pasa solo por «ver», sino también por ser consciente, al mismo tiempo, de la conciencia que mira. Esa doble capacidad —nada sencilla de desarrollar, pero indispensable para un escritor— es la que asegura que la obra no refleje solo lo aparente o lo superficial, porque allí no reside, en la mayoría de las ocasiones, la verdad; la verdad se esconde debajo, en capas inferiores que se superponen unas a otras y que deben ser estudiadas y expuestas con atención y cuidado.
Eso es lo que hace que cada escritor «cree» un mundo. Porque lo que hace es pintar lo que ve, pero incluyendo en la pintura la conciencia del que mira. Una conciencia que a veces es la suya, la del autor, pero otras veces será la conciencia de sus narradores y de sus personajes. Tener esa capacidad de ver lo aparente y ver lo oculto es sin duda un magnífico patrimonio, como señalaba Henry James.
Vemos entonces qué peculiares son las cualidades que un escritor ha de tener para cumplir bien con su tarea de representar la verdad mediante la ficción. Y a ello se une todavía la necesidad de tener un gran conocimiento de la historia de la literatura, un buen dominio de las técnicas literarias y el desarrollo de una poética propia. Pero, como decía el narrador de Michael Ende en La historia interminable: «Esa es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión».
Excelente, como la mayoría de los artículos de Sijania. Gracias, los valoro porque siento que me ayudan mucho en mi labor de escritura.
Nos encanta saberlo, Marielena. Un abrazo.
Agradezco que sigan publicando cosas, que como siempre, son nutritivas. Esta frase tocó alguna fibra y me hizo llorar: «Y en ese momento a Pereira le vino a la cabeza una frase que le decía siempre su tío, que era un escritor fracasado, y la repitió. Dijo: la filosofía parece ocuparse solo de la verdad, pero quizá no diga más que fantasías, y la literatura parece ocuparse solo de fantasías, pero quizá diga la verdad.»
Es un tema fascinante el que nos presenta Natalia.
Me gusta, como siempre,
la claridad y sencillez como lo desarrolla,
siendo tan complejo y que,
por su interés,
puede uno extraviarse.
Agradezco que nos invite a reflexionar,
aunque, en mi caso,
no cuente ni con esas cualidades de Natalia,
ni con las de Clara,
quien me ha sorprendido y encantado
lo conciso y hermoso de su texto,
que evidencia su inteligencia y dotes literarios.
Es interesante constatar
en cada lectura que uno hace
que el escritor
al decir su verdad,
al decirla de manera auténtica,
adquiera la calidad de universal,
es decir,
que más allá de todas las diferencias de historia, cultura y etnia,
lo sea para todos los seres humanos.
Interesante
también
que más allá del pretendido
realismo, surrealismo o ficción,
la invención artística
sea una clara revelación
de una verdad
humana, social e histórica.
Escritores de varias generaciones y géneros
se han referido,
de distintas formas,
al escribiente como
al que dice verdades a través de mentiras,
y al lector que, para olvidar su mentirosa vida,
o para verla con más claridad u orientarse,
se sumerge en una ficción más auténtica que esa vida.
Interesante es también la relación y comparación entre literatura e historia.
Desde la antiguedad se ha hecho.
Para los hispanohablantes,
basta recordar,
como ejemplo,
lo dicho al respecto en la novela
El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha,
acerca de la verdad que debe haber en la narración
y de la actitud, cuidado y ética que la acompañan
(final del Capítulo IX, si no me equivoco,
cuando el narrador menciona el hallazgo de los manuscritos en árabe,
relacionados con la continuación de las aventuras quijotescas, retomándolas).
La labor que cada una de ellas hace,
la literatura y la historia,
para revelar una verdad no es nada sencilla.
Los intentos de la llamada historiografía para hacerlo
la han llevado a tratar de descubrir unas leyes universales,
de manera análoga a lo que hacen las ciencias puras.
Ha creado una metodología propia, «científica»,
lo que la ha beneficiado.
Sin embargo, esto último,
la ha llevado a abandonar su preocupación por lo literario,
que es tan importante para rescatar y transmitir las «verdades» halladas.
Ha habido periodos,
o historiadores específicos,
que se han esforzado por recuperar lo literario de la historia sin abandonar lo ganado.
Como también
al respecto
han hecho algunos novelistas y poetas al abordar temas históricos.
La fe en los documentos,
sobre todo los de archivo,
debe ser acompañada por un cotejo de fuentes.
Pues hay documentos que,
de origen,
han sido adulterados de origen
o son parciales y subjetivos
como las manos que los trazaron.
La reflexión sobre lo humano, la sociedad y la historia,
están presentes siempre en la novela y en la poesía.
Los ejemplos son muchos.
Menciono el de Octavio Paz,
cuyos poemas contienen una filosofía de la historia,
un pensamiento sobre la historia de las modernas sociedades
y la de México, la condició humana,
las ceguera de las idiologías, entre muchas otras cosas más.
Sus mismos poemas han sido influidos por la pintura oriental,
como sucedió anteriormente,
de una manera similar,
con Ezra Pound y el movimiento imaginista.
Como en el caso del Impresionismo,
con lo oriental y la ciencia
(recuerdese el llamado japonismo del XIX
y la exploración de los efectos de la luz en lo representado).
Hay pintores
y escritores,
que más que representar un cuerpo físico,
nos presentan o perfilan
un carácter psicológico,
un temperamento,
un sentimiento,
una emoción,
revelados poderosamente.
Discúlpenme por extenderme.
Pero son temas que apasionan.
Y cómo no apasionarse
en una web como la de Sinjania y su equipo maravilloso,
encabezados por Natalia Martínez,
a quienes saludo afectuosamente.
El escritor si algo tiene es un compromiso con la nueva obra que inicia. No dejará de visitarla hasta concluirla y aprovechará esa ficción de la que se vale para mostrar realidades evidenciadas. No se trata de convencer al lector pero sí de entretener, persuadirle. El el lector debe detenerse en la lectura para reflexionar.
De verdad me encanto
Qué interesante. Adoro las metáforas y al leer la similitud con el jardinero me he venido a descubrir su visión.
Me ha encantado.
Siento que un escritor tiene un poco de muchas otras profesiones debido a esa observación y conciencia de la realidad.
Siento que tiene un poco del área sanitaria, pues da voz a muchas historias y con ello sana a las personas.
Un poco del mundo de los magos, pues puede transportarte a otra época e inspirarte a soñar, a volar, a creer que es posible.
Ante todo un revolucionario, pues en un mundo con prisas y hacia fuera, observar y escribir, es nadar contracorriente.
Gracias por este soplo de aire fresco, me ha despertado las ganas de escribir.
Nos quedamos con tu idea del revolucionario, Clara: invitar a quedarse dentro, a la pausa y a la observación atenta en un mundo tan acelerado y que presta tan poca atención es una actividad transformadora. El escritor lleva a cabo esa actividad y, como consecuencia, invita a los lectores a hacerla también.
Un abrazo.