Con frecuencia se acusa a la cultura de ser elitista. Existe una minoría de personas con conocimientos sobre arte, literatura, historia, filosofía y eso que se acostumbra a llamar humanidades que, al parecer, mira al resto de los mortales por encima del hombro. Pertenecen a un grupo selecto y están orgullosos de hacerlo, mientras sienten una ligera conmiseración por aquellos sin la acreditación suficiente para pertenecer a dicho grupo.
El resultado de esa concepción es que muchos de los que no pertenecen a esa élite, pero sienten un interés genuino por alguna de las ramas de la cultura, se sienten agraviados por la presunta actitud de superioridad de los que sí lo hacen. Sienten que estos juzgan sus gustos y preferencias culturales y perciben que ese juicio lleva siempre aparejado cierto desprecio.
Esto sucede en todas las ramas de la cultura y, cómo no, también en la literatura. Por eso hoy queremos reflexionar sobre ese presunto elitismo y sobre el supuesto desprecio de esa élite hacia el resto de los mortales.
La élite de la cultura
La primera cuestión que habría que dirimir es si existe una élite cultural. Y la respuesta debe ser un categórico sí.
¿Qué es una élite? El diccionario de la Real Academia nos dice que es una «minoría selecta o rectora». Sería ingenuo no reconocer que los artistas, los que producen el arte, son únicamente una minoría: no todos tenemos los conocimientos y recursos que hacen falta para tallar una escultura o escribir un libro.
De igual manera, ese arte también se dirige a una minoría. En primer lugar, no todo el mundo tiene interés por la cultura. Por ejemplo, en España, según el Informe de hábitos de lectura y compra de libros de 2022, solo el 52,5 % de la población es lector frecuente y hay un 35,2 % que no lee nunca o casi nunca.
Por otro lado, no todos tenemos la capacidad para juzgar adecuadamente la obra artística. La cultura, sería inútil negarlo, requiere de conocimiento y reflexión. También la literatura. De hecho, de nuevo el diccionario de la Real Academia define cultura, en su segunda acepción, como el «conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico».
Y ese es tal vez uno de los factores que convierten la cultura en elitista: no todo el mundo desea (y es legítimo) hacer el esfuerzo que implica adquirir ese conocimiento y entregarse a esa reflexión para, como resultado, desarrollar su juicio crítico.
En resumen, el artista, el escritor, es un intelectual, domina una técnica. Y crea para quien es capaz de comprender y apreciar esa técnica.
Por tanto, la cultura siempre ha estado íntimamente relacionado con las élites. Sin embargo, también ha tenido siempre, al tiempo, una voluntad de ser universal, de llegar a la mayor cantidad posible de personas. El pórtico de una catedral no es sino la representación de una parte de la historia sagrada para que pudiera ser comprendida por aquellos que no sabían leer y que no sabían latín. Es decir, la élite de los artistas canteros y la élite de quienes sí sabían leer latín crearon una forma de arte que buscaba compartir conocimiento con la mayoría.
Todavía hoy la mayoría de los creadores y de los divulgadores sobre arte y cultura, también los escritores, estarían encantados de que sus obras y las obras maestras de todos los tiempos llegaran a todo el mundo. Así que sin duda existe una élite, pero es una élite deseosa de que la gente se una a su selecto grupo.
Minoría rectora
Pero hemos dicho que la definición de élite se refiere también a una minoría rectora. Es decir, una minoría que dirige, aquella que juzga, valora, cataloga y decide qué es «arte» y qué no, qué es «literatura» y qué no; en definitiva, qué es «cultura».
Sin duda, el arte no necesita ser explicado. Cuando nos encontramos ante una obra maestra, ya sea una pintura ya un libro, todos lo sabemos; algo se remueve en nuestro interior. Sin embargo, el arte se explica.
Esa es la labor de la élite rectora: reflexionar sobre ese sentimiento que nos conmueve ante el arte e indagar en su origen para saber qué lo ha provocado. Es decir, volver consciente lo inconsciente, explicar mediante la razón lo que parece un impulso de la emoción.
A través de esa labor de reflexión se han ido instaurando unos criterios selectivos que, aunque no son inamovibles, ya que han ido mutando a lo largo del tiempo, sí tienen cierto grado de fijeza. En suma, la élite rectora discrimina de acuerdo con criterios estéticos y artísticos. Aplica sus conocimientos sobre una rama concreta de la cultura —por ejemplo, la literatura— para catalogar y filtrar.
Quizá sea esa labor de selección y discriminación la que disguste a muchos. Pero no hay que perder de vista que esa selección resulta necesaria, ¿cómo si no ordenar y categorizar la ingente producción artística? Es preciso etiquetar, descartar, sistematizar… como una tarea necesaria para conservar la mayor cantidad posible de obras y, al tiempo, como una forma de divulgarlas y hacerlas llegar al mayor número de personas.
La labor de esa minoría rectora es importante, por tanto. Otro asunto sería juzgar quién decide esos baremos y criterios que ordenan el arte, la literatura… la cultura, en suma. ¿Es el establecimiento de esos criterios democrático?
La respuesta no es sencilla. A priori se diría que no. ¿Cómo algo que hace un pequeño grupo (la élite cultural) en beneficio de otro pequeño grupo (los interesados en el arte y la cultura, quizá concretamente en la literatura) puede ser democrático? La mitad de la población española que no lee un libro nunca o casi nunca no tiene poder de decisión sobre las obras que integran el canon literario, pero ¿debería tenerlo?; o, simplemente, ¿desearía tenerlo?
Por otro lado, es legítimo que ese pequeño grupo formado por los interesados en el arte, la literatura y la cultura tenga deseo de intervenir en ese proceso de selección y categorización. Y lo cierto es que en cierta forma lo hace. Cuando, por ejemplo, un grupo nutrido de lectores se interesa por una obra literaria concreta está lanzando una señal a la élite rectora, que se encargará de analizar dicha obra y enjuiciar sus valores literarios y estéticos para dirimir si merece ingresar en el canon o no.
El proceso funciona, naturalmente, en ambas direcciones. La élite rectora también señala obras a los lectores, por ejemplo a través de la crítica literaria. Y a veces logra concitar el interés de un amplio sector de ellos sobre obras que considera que cumplen los requisitos necesarios para ser consideradas maestras o, al menos, destacables.
Si te interesa entrenar tu juicio crítico y aprender más sobre cómo funciona un texto literario, para poder valorar tus lecturas (y tus propias obras) con un mejor conocimiento y criterio, puede que interese el Curso de Crítica Literaria.
En él dedicaremos dos meses a leer y hacer reseñas críticas, además de repasar todos los elementos que forman parte de un texto literario y la forma en que son recibidos por el lector.
Otra cuestión sería, ¿puede una persona que simplemente pertenezca a ese grupo de interesados en el arte y la cultura, por ejemplo en la literatura, pasar a formar parte de la élite rectora? Lo cierto es que sí. Para formar parte de la élite cultural no es necesario hacer un duro examen de ingreso o pagar una prohibitiva cuota. El ingreso es libre, pero no sencillo.
No es sencillo porque formar parte de esa élite implica tener un nivel de conocimiento que cuesta años adquirir, años de estudio, aprendizaje, esfuerzo y tesón; pero cualquier persona puede, a través de su formación y mediante su inteligencia, lograr un conocimiento de experto que le permita pasar a formar parte de la élite. Hoy en día, y al menos en la sociedad occidental, el acceso a ese conocimiento es bastante (ciertamente no del todo) democrático.
En conclusión
Es cierto entonces que existen élites en la cultura. Como por otra parte existen en la ciencia o en el deporte. Su papel es ordenar y sistematizar la producción cultural (en el caso que nos interesa, la producción literaria) para poder conservarla y, al tiempo, divulgarla y facilitar el acceso a ella de las personas interesadas. Por otra parte, cualquiera que dedique toda su vida al estudio riguroso del arte, o de una de sus ramas, puede llegar a formar parte de esa élite rectora.
Ahora bien, que exista gente que estudie o sea experta en determinados campos no invalida o impide que cada uno recorra el camino del conocimiento y disfrute de ese campo a su propio ritmo.
Un experto en pintura no ve un cuadro como lo hace el visitante de un museo, pero que haya un investigador no impide a un neófito entrar al museo y contemplar el cuadro. El experto y el neófito no verán lo mismo, pero eso no impide el goce de uno y el trabajo de otro. Y si el neófito tiene interés de verdad por lo que ve, quizá quiera conocer algunas de las ideas del experto. Decimos «conocer», lo que no implica necesariamente aceptar o estar de acuerdo con dichas ideas. Pero acercándose al cuadro, atendiendo al experto y reflexionando sobre el conjunto de la experiencia es como se cultiva una opinión propia.
Sentirse agraviado porque existe una élite cultural resulta ridículo, como lo sería sentirse agraviado porque existe una élite deportiva. Que haya ciclistas profesionales no impide que un aficionado se suba cada fin de semana en su bicicleta. Y, seguramente, si el aficionado tuviera la suerte de que el ciclista profesional le diera algunos consejos, los escucharía con atención y agradecimiento.
Del mismo modo, en el caso concreto de la literatura, cuando críticos y estudiosos hacen recomendaciones, no deben tomarse como imposiciones, sino antes bien como una invitación a disfrutar de las obras que se han ganado el afecto de miles de lectores y han concitado el interés de la élite por algo. Como apunta José Ángel Mañas «ningún texto malo resiste tanto tiempo el escrutinio universal».
De manera que sin duda existe una élite, pero esa élite no es ni puede ser excluyente, porque quienes aman y disfrutan del arte y la cultura desean que haya más gente disfrutando y valorando aquello que ellos aman.
Este es un tema que concita cierta polémica, de modo que nos interesa saber qué opinas tú sobre el elitismo cultural. ¿Eres de los que se siente agraviado por las recomendaciones de los expertos?, ¿o antes bien los escuchas y tratas luego de hacerte tu propio juicio? Charlamos en los comentarios.
Si no formas parte todavía de nuestra comunidad, te invitamos a dejar en el formulario que encontrarás aquí debajo tu correo para que todas las semanas te hagamos llegar nuestros artículos.
En general no me molestan los comentarios de las élites. Creo que un ámbito donde se ha vuelto perverso es en los premios Oscar por ejemplo. Veo muchas premiaciones porque «les cayó bien» o por motivos políticos de moda. Me parece que a veces el tema negocio, o la necesidad de vender, no siempre va de la mano de la calidad artística. Siempre recuerdo una frase de Stephen King cuando le preguntaban si escribía terror cuando no todos sus libros trataban de eso. Y el respondía algo así como «Yo escribo libros. Los editores venden libros. Si ellos los venden poniendo manos saliendo del suelo no es mi tema»
En nuestra opinión, es importante no confundir «mercado» con élite. El mercado busca vender, obtener un beneficio económico, la élite construir algo así como un repositorio de obras de calidad. El mercado se dirige al gran público, la élite a un público conocedor y, por tanto, minoritario. En resumen, este tema da para otro artículo. Tomamos nota.
Muchas gracias por compartir tu opinión, Gerardo.
Un abrazo.
La élite por suerte o desgracia, se da en todos los ámbitos de la sociedad. Al final aunque no seas partidario de lo que se promulga en ella, tienes que claudicar de alguna manera pues son ellos los que tienen la sartén por el mango, dicho vulgarmente.Yo no creo que la élite, siempre , tenga el beneplácito en todo lo que respecta.
¿Por qué se ensalzan a escritores malos y mediocres? mientras tú pasas desapercibida? Al final , yo siempre me digo, que en primer lugar escribo por y para mí; es incuestionable. Si cuando escribiera, pensara en los demás, mi escritura no tendría sentido y no gustaría a nadie, ni a mí.Puedo atender a objeciones y nutrirme de ellas si son aconsejables y aprender.
Por desgracia, este mundo de los escritores es muy complejo; siempre destacan los mismos.
Cuidado con eso. En principio, la élite lo es porque tiene la capacidad (desarrollada con años de estudios y dedicación) de distinguir lo bueno de lo malo. En consecuencia, no es común que la élite ensalce a malos escritores (si bien no hay que perder de vista el componente del gusto individual). Muchas veces quien ensalza a malos escritores es la publicidad, que no depende de la élite. Y, por qué no decirlo, los lectores mecánicos.
Un abrazo.
En mi caso entiendo perfectamente que haya expertos en todos los ámbitos culturales, incluida la literatura en el caso que nos ocupa. Son personas que, dijéramos, se han ganado ese «status» por sus estudios e investigaciones, en definitiva, por los conocimientos que atesoran. Por ese motivo no me molesta que puedan hacer recomendaciones o emitir juicios profesionales. Al tratarse de una cuestión artística ya queda, en cada uno de nosotros, la decisión de considerar si esa obra nos va a gustar o no. Evidentemente, si una obra no me va a gustar, no quiere decir que, incluso, no sea una obra maestra en su género, simplemente no es para mi. Excelente artículo!
Un saludo.
Muy buenas y claras reflexiones sobre las élites en el arte.Necesarias al momento de conservar y divulgar el arte en todas sus formas.