Para los escritores, las ideas son la materia prima. Sin ideas no hay historias. Por eso resulta tan importante para vosotros saber cómo manejar vuestras ideas, como propiciarlas, incubarlas, cultivarlas y desarrollarlas hasta convertirlas en esos libros maravillosos que los lectores adoramos.
Las ideas se forman naturalmente, como el rocío, de la condensación de experiencias y conocimiento (entendidos en un sentido amplio), del yo consciente; pero también de los sueños y de lo imaginario, del yo subconsciente.
Las ideas, como las gotas de rocío, son frágiles. Brillan como diamantes, pero a menudo no tienen su dureza. En especial las ideas que provienen del subconsciente y del inconsciente pueden ser muy delicadas, sutiles. Es necesario tratarlas con cuidado si quieres incorporarlas a tu obra y que desde allí lancen sus destellos. Y aunque las ideas que provienen de tu conocimiento, de tu razonamiento, son más sólidas y robustas, también es preciso aprender a manejarlas y a sacarles brillo.
En la escritura, como en cualquier disciplina artística, hay siempre un equilibrio, o al menos una alternancia, entre lo dionisíaco y lo apolíneo; entre lo que brota impulsivo desde las profundidades del instinto y lo inconsciente y el fruto metódico del razonamiento. Por eso Jean Cocteau dijo que «El arte es el matrimonio entre lo consciente y lo subconsciente». Ambas fuentes son necesarias, es la mezcla de sus aguas lo que da lugar a la obra literaria. Por eso es importante saber cuidar con mimo las ideas.
Observa tus ideas
Nuestro cerebro no deja de producir ideas durante todo el día. Por eso los budistas dicen que la mente humana se asemeja a un mono que salta de rama en rama. Obviamente, no todas nuestras ideas tienen un talante artístico o creativo; de hecho, muy pocas lo tienen. Es preciso prestar atención, seguir los saltos de ese mono inquieto y caprichoso para percibir esas ideas que sí tienen potencial.
No es sencillo. Las ideas, por su talante delicado, solo pueden observarse, apreciarse y registrarse con gran cuidado. Al principio son como animales salvajes: puedes contemplarlas desde lejos, aprender a identificar tus favoritas, pero debes dejarlas correr libres.
Se trata, en el fondo, de soñar despierto. Dejar que las imágenes, los personajes y las situaciones aleatorias que se presentan en tu mente pasen ante los ojos de tu imaginación como una película sin guion. Sin cortapisas: no se obliga ni se persigue, únicamente se observa y se aprecia.
En este primer momento no es necesario tomar notas, puede incluso resultar contraproducente. Este es el momento de dejar hacer a tu inconsciente. Permitir que tu parte racional intervenga en este primer estadio del proceso puede eliminar cualquier vestigio de espontaneidad e incluso de originalidad
Una idea no hace una historia
Por buena que sea, una idea no es suficiente para que de ella surja toda una historia, con la riqueza de matices y detalles que la literatura demanda. Hay que dejar que esa idea primigenia se reproduzca, que dé lugar a otras ideas semejantes, relacionadas e incluso opuestas y antagónicas.
No tengas prisa. Deja a tu idea crecer, déjala a atraer a otras como ella, permite que se vaya formando una piña. Cuanto más tiempo te concedas, más rico será ese núcleo de ideas del que después germinará la obra. Algunas historias maduran, imperturbables, durante años.
La fase de planificación
Dejar madurar tus ideas, permitir que se agrupen, que creen vínculos, se relacionen y se refuercen mutuamente resulta muy beneficioso. Cuando llegue el momento de planificar, descubrirás que la trama está casi completa y que basta con dar orden y estructura y completar algunos vacíos.
Pero si las ideas no están lo bastante maduras la fase de planificación resultará más ardua. Al complejo trabajo de estructuración y a la delicada labor de reflexionar sobre el mejor modo de contar de una manera literaria esa historia se unirá el esfuerzo de la ideación. Los huecos que rellenar serán más y más extensos, quizá no tengas claro cuál es el tema subyacente a esa idea y, por tanto, faltarán matices.
Por otro lado, como el de la fase de planificación es un trabajo donde entra en juego la lógica y el razonamiento, en el que tienes que poner en práctica tus conocimientos sobre cómo se arman una novela o un relato, estarás menos abierto a esa parte «dionisíaca» de tu escritura.
Y es que en el trabajo de escritor hay momentos para la espontaneidad creativa y otros para el control consciente. Esa es la clave de la artesanía de la escritura.
Completar vacíos
Has observado el ir y venir de tus ideas, como un cazador al acecho, pero sin su carácter agresivo. Simplemente has estado atento y has comprobado que ciertas ideas vuelven una y otra vez. Las has observado y las has dejado crecer, agruparse, tirar una de otras y volverse cada vez más ricas e interesantes. En resumen, has dejado que lo instintivo, lo subconsciente y lo inconsciente afloren en libertad, sin coartarlos todavía con razonamientos lógicos, sin atosigarlos con ideas de coherencia o causalidad. Te has dejado tiempo para imaginar.
Después, cuando has comprendido que esa idea está ya madura, has abordado la fase de planificación. Ahí sí entra en juego la razón: hay que ordenar, estructurar, decidir, descartar… Pero, como hemos dicho, habrá vacíos. Vacíos que, desde luego, tu cerebro apolíneo podría llenar. Sin embargo, con frecuencia es mejor no tener prisa y dejar que vuelvan a ser las ideas quienes surjan por sí mismas, permitir que caigan como un rocío bienhechor que haga brotar espléndidas flores en esos huecos que parecían estériles.
Este modo de trabajar puede alejarte de los convencionalismos, de los clichés e ideas manidas de los que tu yo consciente puede tirar para completar las partes de la trama que te faltan. Tu obra ganará así en frescura, será genuinamente tuya y no basada en estereotipos o prejuicios.
La fase de escritura
Hemos visto como lo consciente y lo inconsciente, el conocimiento y el instinto se alternan durante las fases previas de la concepción de una obra literaria. Así sucede de nuevo cuando llega el momento decisivo de la fase de escritura.
Mientras escribes, mientras conviertes la idea y el plan previo en palabras y oraciones, tienes nuevamente que buscar un equilibro (o al menos una alternancia) entre lo apolíneo y lo dionisíaco.
Usa tu conocimiento y comprensión de la técnica literaria, de tus herramientas de escritor, para guiar la historia con firmeza. Pero hazlo con delicadeza para no perturbar su conexión con lo más profundo de tu creatividad.
Es poco probable que una obra (al menos una buena) surja enteramente de lo espontáneo, de la simple imaginación; pero sin ese fondo no tendrá la chispa que el arte precisa para ser arte. Sin embargo, también el flujo impetuoso de la creatividad necesita encauzarse por las acequias que la razón y el conocimiento habrán trazado con dedicación y cuidado.
Para escribir necesitas volver una y otra vez a esta inspiración primordial, ella mantendrá tu brújula bien orientada y te ayudará a asegurarte de que estás escribiendo las historias que realmente quieres contar.
Pero escribir es a la vez arte y artesanía. Por eso es necesario desconectar periódicamente del flujo creativo, de ese dejarse llevar por la historia, por las palabras; necesitas salir a la superficie para tomar aire, orientarte de vez en cuando y examinar la historia desde la perspectiva de la lógica, de la razón, de lo que sabes acerca de cómo funciona un texto literario.
La fase de revisión
Tal vez de todo el proceso de escritura la fase de revisión sea la que menos necesite de la espontaneidad con la que se crean las ideas en su origen. La revisión es el momento de resolver problemas y, para ello, necesitas aplicar la razón y el conocimiento.
Todo, desde la ortografía y la estructura de las oraciones hasta la estructura de la trama y el arco de los personajes, se beneficiará de ese trabajo consciente.
Solo si dejas que tu mente analítica se centre en detectar los problemas de la trama y los fallos de lenguaje y estilo, y solo si te concentras concienzudamente en resolverlos la frase de revisión dará resultados y podrás dar por finalizada la obra sabiendo que todo en ella encaja.
Sus ideas son el filón de oro de un escritor. Con ellas y con un conocimiento extenso de la técnica literaria y un buen manejo del lenguaje (no solo a nivel gramatical, sino también literario) es con lo que crea obras perdurables.
¿Has meditado alguna vez sobre este asunto? ¿Cómo manejas tú tus ideas? ¿Eres consciente de esa doble naturaleza que tienen, espontánea o razonada? ¿Cómo llevas tú la alternancia entre lo apolíneo y lo dionisíaco? Nos gustará conocer tus reflexiones en los comentarios.
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¿Cómo gestiono yo mis ideas? Me considero una persona afortunada ya que me surgen a menudo muchas ideas para escribir. Unas veces me inspiro en algo que me ha contado otra persona sobre algo que ha sucedido y yo decido novelarlo. Otras veces mi fuente de inspiración en un sueño. Si recuerdo el sueño al día siguiente, cosa difícil, trato de plasmarlo en una idea para un libro. A veces alguien me sugiere que escriba sobre un tema o e animo a participar en un concurso de relatos Pero la mayoría de las veces la idea surge porque sí, sin más. Me suele suceder mientras estoy picando algo de comer en la cocina o cuando me estoy afeitando por la mañana. A veces mientras realizo u viaje o me invento una historia que me cuento a mi mismo por la noche para dormir.
Pero lo que siempre hago es escribir alguna nota de lo que se me acaba de ocurrir para que no se e olvide. Cuantas ideas habré perdido por no anotarlas.
Así que una vez que se me ocurre algo, lo anoto en las notas del móvil y dejo que la idea vaya madurando.
En las notas de mi móvil hay tres apartados: -Expresiones. Soy un gran devorador de expresiones que leo, que oigo o que se me ocurren a mi y que creo que luego podré utilizar. También anoto frases de otras personas como escritores, pensadores o actores de películas que me parecen interesantes. -Ideas para escribir. A modo de resumen escribo uno o dos párrafos con lo mas importante de la historia. Aquí cada vez que la idea va madurando voy ampliando su contenido. -Títulos. Cuando a idea ya ha tomado forma y creo que tiene el contenido suficiente le busco el título. A veces me ocurre al revés, primero aparece el título y luego desarrollo la idea.
Cada mes reviso todas las ideas y las paso en word a un PC y a una unidad de memoria. También me las envío a mi mismo por correo electrónico. Todo lo hago para que no se pierdan.
El siguiente paso es escribir un relato (lo mío son relatos cortos de misterio y novela negra). Hago un breve esquema (presentación, desarrollo de la trama y final). Hago los perfiles de los personajes, notas sobre la descripción y a escribir. Unas veces me sale todo de corrido y otras me cuesta ir avanzando. Cuando el relato está terminado, lo dejo en la bodega madurando de uno a tres meses y los vuelvo a revisar y reescribir. Tengo ya escritos 18 relatos que empecé a escribir hace ya mas de cinco años. Cinco de ellos surgieron de el Curso de Escritura Creativa de Sinjania. Os lo recomiendo a todos. Animo a los directores del curso a que hagan una segunda parte.
Por último os digo que para escribir mucho hay que leer mucho. La idea no es mía, lo han dicho muchos escritores famosos, de entre ellos a Stephen King que fue al primero que al que oí decírselo. Su libro «Mientras escribo» me abrió mucho ha ayudado y animado mucho. Os lo recomiendo.
Muchas gracias por compartir tu experiencia, Manuel, nos ilumina a todos. Y totalmente de acuerdo en que para escribir bien hay que leer mucho; es algo que nosotros no dejamos de repetir.
Un abrazo.