En su pequeño ensayo «¿Cómo debería leerse un libro?» (recopilado en el volumen El lector común), Virginia Woolf trata de dar una respuesta a esa complicada cuestión.
La autora, sabiamente, comienza indicando que esa pregunta tiene tantas respuestas como lectores y que, en principio, cada lector debería seguir su propio instinto, utilizar su sentido común y llegar a sus propias conclusiones. Pero, sobre esa base, Woolf se atreve a realizar algunas propuestas que nos han parecido interesantes en cuanto, como colofón, viene a decir que hay una forma de lectura mediante la cual el lector puede ayudar al escritor a mejorar la calidad de su obra.
Mejorar la calidad de la propia obra es algo que interesa a todo escritor, luego parece apropiado reflexionar (guiados por una de las más destacadas escritoras del siglo XX) acerca de cómo se debe abordar la lectura de un texto literario; y, como autor, cómo debes leer tus propios textos para que esa lectura te permita mejorar su calidad.
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La estatura del lector interviene en la estatura del texto
Constantino Bértolo defiende una idea similar a la de Virginia Woolf al afirmar que «La estatura del interlocutor interviene en la estatura del texto». Lo hace al reflexionar sobre un texto de Carmen Martín Gaite —La búsqueda de interlocutor— en el que la autora defiende que el autor, al crear su obra, crea paralelamente a su lector.
Martín Gaite dice que el escritor debe «inventar con las palabras que dice, y del mismo golpe, los oídos que tendrían que oírlas». Para la escritora, esa creación simultánea del texto y su lector es «el prodigio más serio que [el autor] lleva a cabo cuando se pone a escribir».
El lector es, por tanto, una presencia exterior al texto, pero que surge de manera paralela a este. Al elegir el tema, los personajes, la trama e incluso (tal vez especialmente) el lenguaje, el escritor se dirige a este tipo de lector, pero no a aquel. Se dirige al lector que gusta de este tipo de temas, este tipo de personajes, este tipo de trama y de lenguaje. Y deja fuera al lector al que esos temas, personajes, trama y lenguaje no le agradan o le dejan indiferente.
Ya hemos hablado de cómo el escritor crea a su lector en este otro artículo que te animamos a leer.
Podría decirse que Virginia Woolf desarrolla esta misma idea desde otra perspectiva. Si Bértolo y Martín Gaite abordan la relación entre escritor y lector desde la perspectiva del primero, Woolf lo hace desde la del segundo.
Es decir, al componer su obra el escritor se dirige a un tipo de lector y no a otro. Pero dependiendo de cómo el lector reciba esa obra, dependiendo del modo en que la lea, también le estará indicando cosas al autor que este puede tener en cuenta para pulir defectos de su narrativa y afinar su estilo.
Entonces, ¿cómo debería leerse un libro?
Cómo debería leerse un libro
Para Woolf el lector debería emprender la lectura, en primer lugar, identificándose con el autor, intentando convertirse en él: «Seamos sus compañeros de trabajo y sus cómplices». La escritora propone que hagamos la prueba de narrar algo nosotros mismos, de contar alguna experiencia que nos haya causado una nítida impresión. Evocar esa experiencia no nos resultará difícil, pero cuando intentemos reconstruirla con palabras:
Encontraremos que se quiebra en mil impresiones contradictorias. Algunas deben ser atenuadas; otras enfatizadas; en este proceso perderemos, probablemente, todo entendimiento de la emoción en sí. Vayamos entonces de sus páginas borrosas y desparramadas a las primeras páginas de algún gran novelista —Defoe, Jane Austen, Hardy. Ahora seremos más capaces de apreciar su maestría.
Tú ya tienes la experiencia de escribir y sabes lo complejo que resulta plasmar una historia en palabras, dar vida a sus matices, volver humanos a los personajes, luchar hasta dar con la palabra exacta… De modo que tienes ventaja a la hora de leer como Woolf propone que debe leerse: prestando atención a cada uno de los detalles de la obra, sabedor del enorme esfuerzo que invirtió el escritor para llevarlos a la página. El lector debe siempre ser consciente de que nada de lo que hay en una obra literaria es casual.
A continuación, el lector debe reflexionar sobre la obra leída. Para Virginia Woolf leer es solo la mitad del trabajo, la otra mitad es, una vez que el polvo de la lectura se ha asentado, meditar sobre lo leído. Es en ese momento, cuando ya tenemos la imagen completa de la obra, desde su inicio a su final, cuando podemos reflexionar sobre ella con garantías.
Como parte de esa reflexión sobre la obra deberemos compararla con las mejores de su especie. Todo libro, dice Woolf, merece ser comparado con los mejores. De esa comparación extraeremos nuestros juicios.
Nos aventuraremos más allá del libro en particular en busca de cualidades que agrupen los libros; les pondremos nombre y conformaremos una regla que ordene nuestras percepciones. Esta discriminación nos dará un placer mayor y más singular. [Podremos decir:] «No solo es el libro de tal clase, sino que es de tal valor; aquí falla; aquí funciona; esto es malo; esto es bueno».
Como es natural, para poder llevar a cabo esa labor de comparar un libro con los mejores de su especie es necesario que tengamos un amplio bagaje lector. Vaya por delante que, para Woolf, debe ser el lector quien decida qué libros son los que le parecen los mejores. Pero también reconoce que, al sumar lecturas, nuestro gusto se afina:
Cuando nos hayamos alimentado ávida y profusamente de libros de todas clases […] encontraremos que [nuestro gusto] está cambiando un poco; ya no es tan ávido, es más reflexivo.
Por último, cuando nuestro gusto es ya más reflexivo, cuando hemos creado un sistema propio que nos permite comparar cada libro con los mejores y hemos conformado una regla propia que nos ayuda a identificar el valor del libro y a saber dónde falla y dónde es bueno, podemos acudir a quienes estudian la literatura para conocer sus opiniones. Solo si acudimos a ellos «cargados de preguntas y sugerencias ganadas honradamente en el transcurso de nuestra propia lectura» serán nutritivas sus propuestas y visiones.
De modo que tenemos un lector que no solo lee, sino que reflexiona; un lector que no cesa de aumentar su bagaje de lecturas y, al hacerlo, afina su gusto y crea un sistema propio para enjuiciar las obras que lee; un lector que conoce lo que los expertos —críticos, estudiosos, escritores— dicen y puede compararlo con criterio con sus propias visiones, fruto del cúmulo de sus lecturas.
Ese lector sería lo que Vladimir Nabokov llamaba un «lector criterioso». Y ese lector, leyendo de ese modo, es el que puede ayudar al escritor a mejorar su obra. Woolf concluye:
Si […] el autor sintiera […] la opinión de la gente que lee por amor a la lectura, lenta y no profesionalmente, y juzgando con una gran comprensión, y sin embargo con gran severidad, ¿no podría esto mejorar la calidad de su obra? Y si gracias a nosotros los libros pudieran llegar a ser más robustos, más ricos y más variados, ese sería un fin digno de alcanzar.
Porque, entroncando esta reflexión con la de Constantino Bértolo, el autor sería consciente de que escribe para lectores de gran altura, lectores que juzgan con comprensión pero con severidad, lectores capaces de distinguir sin duda que una obra «aquí falla, aquí funciona». Y eso lo espolearía a esforzarse por escribir cada vez mejor, a superar una y otra vez sus propios estándares para complacer a sus lectores.
Si, además, el escritor practicara asimismo la lectura como la entiende Virginia Woolf sería capaz de aplicar esa comprensión severa a su propia obra y mejorarla en gran manera antes de que llegara a sus destinatarios finales, los lectores.
¿Qué te parece la manera de leer que propone Virginia Woolf? ¿Es la que tú practicas? ¿Te parece que ese tipo de lector acicatea al escritor a mejorar sus textos? Como siempre, hay tertulia en los comentarios.
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Soy un gran lector, y reonozco que soy algo superficial porque cuando leo las críticas de mis escritos, la gente, a lo que parece dar más importancia es a la forma, en cambio, yo, a lo que más importancia doy es a la historia, el guión. Una trama insulsa, por muy bien narrada que esté, con las más bonitas palabras, es eso, aburrida. Para ser escritor hay que llevar la vida de perros que llevaron Cervantes, Dostoieski, Dickens, plagada de aventuras. No se puede contar lo que uno desconoce. Reconozco que también la lectura, el cine, te pueden suministrar esa información.
A mí como escritora novel, este artículo me va a ser muy útil.
Gracias por publicarlo.
Saludos