Seguro que ya has oído hablar del síndrome del impostor. El síndrome del impostor es ese fenómeno emocional y de conducta por el cual una persona tiende a pensar de sí misma que es un fraude. En el caso del escritor toma la forma de una creencia persistente de que no se tienen las capacidades necesarias para llevar adelante una obra solvente ni para desarrollar una carrera literaria exitosa.
Esa creencia pervive incluso aunque el escritor tenga evidencias de que sí tiene esas capacidades y constancia de que su carrera progresa día a día. Cuando se tiene el síndrome del impostor siempre se siente el temor de que alguien venga a desenmascararte y a demostrar que todo lo que has hecho es un engaño, que has estado haciendo algo para lo que no tienes capacitación ni conocimientos (y que por tanto está mal hecho) y que te señale como el impostor que eres.
A pesar de que parece que el síndrome del impostor se relaciona con los demás, con el temor al juicio ajeno (son los otros los que pueden desenmascararte), en realidad es un conflicto interno, directamente relacionado con la manera en que te percibes a ti mismo. Probablemente eres demasiado perfeccionista y siempre mueves la meta un poco más allá: lo que has hecho no es suficiente para que te consideres escritor, tendrás que seguir trabajando, pero siempre con el miedo a que se descubra que eres un fraude.
Lo pernicioso de este síndrome es que puede lastrar tu carrera. Cuando te sientes un impostor puedes no buscar o rechazar las oportunidades que te llevarían a situarte ante los ojos de los demás. Porque cuantas más personas te conozcan y conozcan tu trabajo, más posibilidades de que alguien descubra la verdad y te pregunte con qué derecho te consideras tú escritor. Eso se traduce en miedo a tener lectores, miedo a publicar, miedo a buscar contactos, miedo a promocionar tus obras…
Del síndrome del impostor hemos hablado largo y tendido en este otro artículo.
El síndrome del impostor tiene diversas manifestaciones. El perfeccionismo suele ser una de ellas, como hemos visto. Pero hoy queremos hablarte de otra: la comparación con otros autores.
La comparación con otros autores
La comparación con los demás es uno de los síntomas del síndrome impostor. El escritor que padece este síndrome tiende a infravalorar sus capacidades y logros mientras, paralelamente, magnifica los de otros autores: los demás escriben mejor, publican más, tienen más seguidores en Instagram y las portadas de sus libros son más bonitas.
Como es natural, la comparación exacerba el síndrome del impostor, pues nos lleva a rechazar quienes somos. Al compararte con otros, nunca te sentirás suficiente, y eso retroalimentará la idea de que eres un fraude, porque estás muy lejos de ser como aquellos con quienes te comparas o de alcanzar sus logros.
La comparación puede ser muy dañina porque dinamita tu autoestima y te granjea así grandes dosis de infelicidad. Incluso te puede llevar a abandonar la escritura, cada vez más convencido de que jamás darás la talla. Sin embargo, la comparación, bien entendida, puede ser una herramienta útil en tu camino de mejora. Lo es cuando la utilizas no para considerarte incapaz e inferior, sino para darte cuenta de aquello que quieres alcanzar.
Prueba a compararte con los demás no desde la posición de que no estás a su altura, sino para detectar qué tienen o hacen ellos que te gustaría tener o hacer a ti. ¿Los demás escriben mejor?, quizá puedas aprender algunas técnicas que te ayuden a refinar tu escritura o aumentar el número de tus lecturas, un modo infalible de escribir mejor. ¿Los demás publican más?, tal vez puedas hacer algo para aumentar tu productividad y mejorar tu proceso de escritura para volverlo más efectivo. ¿Tienen más seguidores en Instagram?, a lo mejor puedes aumentar el número de tus publicaciones o tratar de hacerlas más atrayentes. ¿Las portadas de sus libros son más bonitas?, quizá debas plantearte contar con un diseñador profesional.
Muchas veces la comparación tiene un componente aspiracional, pero no somos capaces de detectarlo y, en lugar de reflexionar sobre los anhelos latentes detrás de esas comparaciones, lo que hacemos es dejarnos arrastrar por el miedo y empezar a pensar que los demás son mucho mejores y que nosotros jamás estaremos a su altura. Esa sensación desasosegante se refuerza con la idea de que otros también están estableciendo comparaciones entre nosotros y los demás en las que, qué duda cabe, saldremos muy mal parados.
Un ejercicio para reconducir la comparación
Para volver la comparación una herramienta que te ayude, en lugar de lastrarte, hay algo que puedes hacer.
El primer paso consistiría en identificar en qué contextos tiendes a compararte con otros. ¿Comparas tu forma de escribir o la calidad de tu escritura con las de otros escritores?, ¿comparas su relación con sus lectores?, ¿comparas la calidad de sus contactos?
A continuación, reflexiona sobre los anhelos que hay tras esa comparación y piensa qué puedes hacer tú para equipararte.
Lo bueno de estas prácticas es que te ayudarán a ver que lo más probable es que no haya tanta distancia como creías entre tú y el objeto de tu comparación. Quizá te sorprenda descubrir que, si te paras a pensarlo con ecuanimidad y de una forma racional, tú y la persona con la que te comparas no estáis tan disparejos.
Y si verdaderamente existe una distancia entre vosotros, habrás convertido la comparación en una herramienta que te ayude a crear una hoja de ruta con lo que necesitas hacer para mejorar y llegar al nivel de esa persona a la que, qué duda cabe, admiras. La admiración y la emulación no son malas, pues nos impulsan a ser mejores.
Hay un último paso en este ejercicio: consiste en que imagines cómo es realmente la vida de esa persona con la que te comparas.
Cuando nos comparamos lo hacemos siempre con la «capa externa» del objeto de nuestra comparación. Vemos el resultado, pero no vemos el proceso que le llevó hasta él. Quizá esa persona con cuya expresiva escritura comparas la tuya es un ávido lector, ha tomado un buen curso de escritura (como los nuestros) o se ha dedicado con tesón a la práctica diaria de su arte.
En cualquier caso, está claro que a esa persona con la que te comparas le ha costado un esfuerzo llegar a ese resultado que tú ahora admiras. Por el camino también ha habido inseguridades, problemas, anhelos incumplidos… Y en algún momento, como tú, no ha resistido la tentación de compararse con otros y sentirse insignificante.
Compararse con los grandes autores
Si hay algo que los escritores principiantes suelen hacer es compararse con los grandes escritores de todos los tiempos.
Ante el genio de un Thomas Bernhard, un Galdós o un Italo Calvino parece que toda pretensión de escribir algo es fútil. Hace unos meses una escritora nos dejó este comentario: «Los autores pasados dejaron la vara muy alta. Es como si ya lo hubieran dicho todo y de una manera majestuosa».
Pero la cuestión estriba en que eso mismo pensaron ellos de los autores que los precedieron. En ese sentido, resulta muy instructivo leer los diarios o la correspondencia de esos grandes autores que todos admiramos porque nos descubren sin tapujos la lucha que ellos también atravesaron. Una lucha no muy diferente de la tuya.
Tras leer a Proust, Virginia Woolf se preguntó: «¿Cómo es posible escribir nada más después de esto?».
Y en su diario dejó escrito:
Lo importante en Proust es la combinación de la máxima sensibilidad con la máxima tenacidad. […] Y supongo que me influirá y a la vez hará que cada frase mía me ponga de mal humor.
Al pensar en su novela La señora dalloway, se decía: «Me pregunto si esta vez he logrado algo valedero», y al poco se respondía: «Por supuesto nada comparable con Proust, en el que estoy sumergida en este momento». Y aún más: «Si una se compara con él, qué pueden importar mis balbuceos».
Como ves, Virginia Woolf también se comparó, también sintió que ella no daba la talla y, sin embargo, hoy todos reconocemos su talento y admiramos su obra, que es una de las más singulares de la literatura universal.
¿Sufres tú el síndrome del impostor?, ¿tiendes a compararte?, ¿qué sientes cuando lo haces? ¿Y qué te parece la idea de darle la vuelta a la comparación y usarla como una herramienta que te motive para mejorar, en lugar de permitir que te lastre? Pásate por la tertulia aquí debajo, en los comentarios.
No coincido mucho con la profundidad del comentario, pues para mí,se acerca más a la tendencia al plagio si no se cuenta con la capacidad mínima de desarrollar una historia o poema. Lo que se puede obtener de otros escritores, sanamente aplicada, sería la influencia, la intención de copiar fuerza, intención, manejo de tiempo y personajes, etcétera y etcétera.
Es una muy buena perspectiva para enfrentar la comparación con otros autores de manera asertiva y poder crecer gracias al contacto con otros autores (sea leyéndolos o tratándolos directamente). Gracias por el artículo.