Venimos hablando, en las últimas semanas, de estilo. De su importancia, de cómo conocer el que ya tienes y de qué es lo que caracteriza al estilo literario. Pero en esta mirada que estamos echando al importante tema del estilo es necesario hablar de una de las características más destacables y propias de la escritura literaria: el ornato.
Vaya por delante que esta mirada que hemos lanzado con los últimos artículos al tema del estilo es necesariamente superficial. El del estilo es un asunto complejo, porque en el intervienen una gran diversidad de factores. Si quieres profundizar en el tema y, al tiempo, conocer los recursos que te ayudarán a refinar y cultivar un estilo propio, no te pierdas el Curso de Estilo. Solo hay una edición de este curso al año, pero puedes unirte a la lista de espera y te avisaremos en cuanto se abra el plazo de inscripción.
Decíamos que una de las características del estilo literario es, sin duda, el ornato.
El ornato
La semana pasada hablábamos de que los textos literarios tienen algo que los hace diferentes de cualquier otro uso escrito de la lengua. En un texto literario se puede apreciar un modo característico de usar el lenguaje. Los escritores tienen un modo concreto, propio, de usarlo. Y una de las características de ese modo propio de los escritores de usar el lenguaje es que lo «adornan».
En efecto, los escritores hacen arte con el lenguaje, lo usan de manera que se vuelve más certero, más expresivo y más hermoso. Eso a pesar de que, como también sabemos ya, usan las mismas palabras que el resto de los mortales usamos a diario para expresar las cosas cotidianas del día a día.
Conviene insistir en ello: ni el estilo literario ni el ornato que lo caracteriza son fruto —necesariamente— de un alambicamiento de la lengua o de la elección de palabras de registro culto o de uso poco frecuente.
El ornato, antes bien, consiste en coger el lenguaje cotidiano y jugar con él, disponerlo de otro modo, para que «suene» de otra manera. Atañe al modo en que se componen las oraciones, al ordenamiento de las palabras dentro de ellas; también a esos recursos estilísticos que son los que ayudan de un modo determinante a atrapar la atención del lector; metáforas, símiles, analogías, contrastes, personificaciones, repeticiones, paralelismos… Todo ello vuelve la prosa rítmica, evocadora, ayuda a dar a entender de manera vívida las ideas y le otorga al conjunto tanto elocuencia como expresividad.
Sirva decir que, por desgracia, ese manejo juguetón, ornado, del lenguaje no es tónica común en los textos de los escritores principiantes. Quizá porque estos están demasiado concentrados en presentar la historia de una manera expositiva y clara y no se permiten (o no conocen) los desvíos que, sin perder claridad, permiten exornar el texto. Quizá también porque no han leído demasiado, o no a los grandes estilistas, o leen sin prestar atención a las infinitas posibilidades expresivas que permite el lenguaje.
Sea como fuere, muchos de los textos que pasan por nuestras manos en cursos y asesorías no tienen, o tienen apenas, esa cualidad que tanto contribuye a la literaturidad del texto: el ornato.
El ornato y la mirada del escritor
Pero justamente la manera en que el escritor usa el elemento del ornato y los recursos que lo conforman es clave para revelar quién es él como artista.
Como dijimos cuando hablamos sobre el origen de la obra literaria, cada escritor (como cada persona) tiene una manera peculiar de estar en el mundo, una mirada personal que lanza sobre su entorno y le devuelve una visión cuyos matices son únicos. En el escritor, esa mirada se traduce en un deseo de expresión artística que toma la forma de las palabras, de la literatura; esa mirada es la que alimenta su obra.
Esa visión se expresa en un determinado tipo de historias, de personajes, de tramas… y, por supuesto, en un determinado modo de usar el lenguaje. El modo en que el escritor usa el lenguaje viene marcado en parte por la norma y por la tradición, pero el ornato es lo que expresa su individualidad como artista.
Como el lenguaje es nuestra herramienta de todos los días, con la que expresamos tanto lo banal como lo extraordinario, el escritor tiene que realizar una búsqueda personal que le permita ajustar esa herramienta a su visión del mundo.
Comunicar lo que vemos, lo que sentimos, lo que imaginamos o pensamos implica moldear el lenguaje para que exprese de la manera más certera nuestras ideas y, además, cuando hablamos de literatura, para que las exprese de la manera más elocuente y hermosa. Cuando escribimos ficción, usar el lenguaje de una forma referencial no es suficiente, necesitamos usarlo de una forma poética.
Cuando el escritor quiere contar cómo es su protagonista, cómo brilla el sol sobre el mar, cómo el personaje fue desde el punto A al punto B o lo que pensó cuando comprendió cierta verdad sobre sí mismo quiere hacerlo de una manera especial; hacerlo tal como él lo concibe, hacerlo como nunca se ha hecho antes. La descripción del protagonista o de la luz del sol sobre la superficie del mar, la narración de un trayecto o el relato de un sentimiento no pueden expresarse de nuevo como ya se han expresado antes, el lector no puede percibirlas como algo que ya ha leído antes en algún otro lugar. El escritor tiene que esforzarse por usar esa lente que es el lenguaje para que el lector vea el mundo como él lo ve.
Y entonces crea ritmos y candencias, juega con las oraciones y las palabras, crea imágenes, metáforas, símiles que le ayuden a expresar ese modo único de ver de una manera también única. Hay un mundo dentro del escritor, pero tiene que saber expresarlo.
Para aprender a expresar ese mundo el escritor tiene dos posibilidades. La primera e infalible: leer mucho. Asomarse a los mundos de los otros escritores y analizar los recursos que han usado para revelarlos es una excelente manera de comprender cómo el ornato pone de manifiesto la individualidad del escritor y la subraya. Pero no se trata solo de leer mucho, se trata también de leer variado (autores de distintas épocas, nacionalidades, corrientes y géneros) y leer preferentemente a los grandes estilistas. Y, por supuesto, se trata de leer con especial atención al lenguaje y su manejo.
Y de ese modo, y como segunda manera de aprender a trabajar el ornato, hacerse con una batería de recursos, figuras y herramientas que pueda aplicar en sus propios textos. Nosotros hemos recopilado buena parte de esas herramientas en el nuevo Curso de Estilo, y te las presentamos ejemplificadas para que veas cómo operan en el texto literario y cómo contribuyen a volverlo expresivo y a estetizarlo. Pero incluso aunque te apuntes a este excelente curso, la primera recomendación sigue siendo válida: lee mucho, lee a los mejores.
Solo entonces podrás aplicar esos recursos en tus obras. Verás que no se trata de añadirlos a posteriori, como un postizo, sino que es una nueva manera de hacer que va permeando tu escritura y te permite expresar mejor tus ideas y lo que llevas dentro. Al principio requerirá más atención por tu parte y luego se convertirá en una segunda naturaleza. Una segunda naturaleza que en realidad es la naturaleza original, porque se tratará simplemente de que ahora sabes expresar con certeza y hermosura tu individualidad como escritor.
Muchas gracias.