Un novelista no debería nunca poner al final de su obra una fecha como la que sigue:
Boulogne-sur-Mer – Hoboken
diciembre de 1934 – enero de 1935
Este tipo de cosas ha estado de moda desde que Joyce fechó Ulysses:
Trieste – Zurich – París, 1914-1921
Pero raramente está justificado. En el caso de Joyce, tardo siete años en escribir el libro, y la fecha tiene un significado especial, ya que hizo que Stepen Dedalus contara en 1904 a los dublineses de la novela que produciría algo importante al cabo de diez años. Pero generalmente es un error de otros escritores el imitar esto, por la razón de que, en primer lugar, es peligroso sugerir una comparación con Joyce; y, en segundo lugar, porque tales fechas son irrelevantes. En el caso de un poema, puede ser que la fecha y el lugar tengan algún sentido si aportan algo que ayude a comprenderlo y que por conveniencia no puede ser pues explícitamente en el poema. Pero si un novelista es afortunado de verdad, captará nuestra atención con personajes y acontecimientos que se supone nada tienen que ver con su vida; nos habrá inducido a aceptar su realidad, y por lo tanto es una impertinencia hacia su propia creación recordarnos quién es y dónde ha escrito el texto. Si el novelista ha fracasado, el lector, al llegar al final del libro, no querrá que le recuerden ni al autor ni a la temporada que éste pasó en Boulogne-sur-Mer.
Junio de 1935
Extracto de Polonio del trabajador literario. Breve guía para escritores y editores, de Edmund Wilson.